Esta semana me llamó un policía amigo mío y me preguntó si todavía estaba manejando para Uber o Lyft. Le dije que sí y me contestó que teníamos que conversar.
Un par de horas después nos encontramos en una de las ventanillas de la ciudad donde venden el llamado café cubano, que es realmente colombiano.
Esas ventanillas tienen historia. Son un mundo. Se han hecho negocios en ellas y se han deshecho también. Se han trazado políticas electorales y proclamado a los cuatro vientos declaraciones de amor. Las discusiones suelen ser terribles.
El café suele tener innumerables virtudes. Aunque no lo crean, se puede tener una discreta conversación en una ventanilla. La empleada está concentrada en hacer y servir litros de café, los parroquianos en sus conversaciones o ensimismados en sus pensamientos, de modo que nadie presta mucha atención a lo que lo rodea. No creo que haya otro lugar donde existan estas ventanillas abiertas en la pared de un café que da para la acera.
Pero a lo que vamos. Mi amigo policía quería contarme algo y al mismo tiempo advertirme de un peligro que nos acecha a los choferes de servicios de taxi. Lo que me tenía que decir no es propiamente una novedad. Pero resulta que en los últimos meses en Miami la policía ha detectado que los Uber o Lyft están siendo usados para el trasiego de drogas.
Las empresas lo advierten a los choferes y se sabe que está prohibido. Uno puede ser acusado de complicidad si la policía encuentra drogas a bordo. Mi amigo policía quería advertirme de que están haciendo redadas y que deberé verlo como algo normal.
“No te pongas bravo si te paran y registran el carro”, me dijo. Pero, “te tienes que poner para las cosas y estar seguro de que no hay nada”.
Esto es un problema. Uno no puede ni debe registrar a los clientes. Pero tampoco tiene un sexto instinto para adivinar qué hay dentro de las mochilas, carteras o maletines. Es obvio que si alguien se quiere fumar un porro dentro del carro, se queda en la calle al instante y, casi seguro, preso dentro de un patrullero. El problema, y me ha pasado, es cuando un cliente consume un porro antes de entrar y me deja el carro oliendo a marihuana. Eso sí es un lío, porque hay que limpiarlo. Y aun así, se corre el riesgo de que otro cliente sienta el olor.
Pero mi amigo el policía tenía otra idea y una propuesta que me pareció tenebrosa. “¿Por qué no nos ayudas?”.
What?! “Sí”, dijo. Quería que ayudara a las autoridades a localizar esos trasiegos discretos de drogas. Mi amigo el policía me estaba proponiendo que me transforme en un informador de las autoridades en la ciudad de Miami. ¡Insólito! Al parecer, se estaba olvidando que lo de Uber es un trabajo secundario. Lo mío es el reporteo, el periodismo.
“Por eso, tienes experiencia. Nuestro trabajo es muy parecido, investigamos todo el tiempo”, adujo. Yo no salía de mi asombro.
Por supuesto le dije que no. Pienso que un periodista no es jamás, o no debe ser, un informante de la policía, aunque haya algunos que lo hagan alegremente. Más bien, es la policía que nos debe contar a nosotros los periodistas todo lo que hace, por aquello de la transparencia pública.
Siempre se plantea el hecho de si uno debe o no informar cuando presencia un acto en apariencia ilegal. Pero, ¿quién define que és un delito? Es un tema que se las trae. Uno no anda con un código criminal para consultar cada vez que ve algo sospechoso. Sin embargo, como periodista debe reportar cuando la policía recurre a la brutalidad para reprimir.
Es un asunto polémico como es polémico pedir a un periodista que mantenga al tanto a la policía lo que sucede en la calle. Ese es su trabajo no el mío. Para eso son los impuestos que uno paga. Con Uber lo que uno quiere es ganarse algo extra para llegar a fin de mes. No pasar el tiempo pensando en lo que la policía quiere o no. Necesita o no. En mi carro, que sepa, no entran drogas.
Decía mi primo Serafín, que tiene un poco de cuerdo, “a la fiana (así le llamamos a la policía en Portugal), ni una sonrisa”. No voy tan lejos, pero hay cosas que no se piden. Un poco de decoro, señores. Corren el riesgo que el chofer sea periodista, terminan saliendo en los periódicos y después vienen los problemas.
Si quieren saber quién es mi amigo el policía, ¡olvídenlo! Un periodista nunca revela sus fuentes.