En uno de los libros que Ian Fleming escribió sobre James Bond hay una frase en la cual el agente secreto dice lo que piensa de las mujeres al timón. “Son un desastre total. Si es una mujer, tiene que irse mirando al espejo, pintando los labios o arreglándose los ojos. Si son dos, el desastre es inminente. No solo porque para conversar tienen que gesticular con las dos manos, también tiene que mirarse a los ojos”.
El machismo bondiano es tan célebre que en una de las películas su jefe, M, le llama algo así como un “dinosaurio” en esos temas.
Debo decir que en lo que concierne a una mujer, manejar arreglándose los labios o los ojos es un tema de preocupación en Miami, principalmente en horas de la mañana. Salen tarde de casa, las tareas matutinas que cargan suelen ser intensas, entre confeccionar el desayuno o preparar a los chicos para ir a la escuela, les queda poco tiempo para maquillarse si es el caso, y no hay otra que hacerlo mientras manejan.
Uno las ve todas las mañanas. De regreso a casa tras una noche manejando Uber. Es corriente verlas detenidas en un semáforo arreglándose, incluso las uñas. Y cuando la luz roja cambia a verde, si las uñas no están secas es difícil arrancar el carro. Se tranca el tráfico y comienza la sinfonía de los claxon.
Pero las mujeres no son culpables de lo que se origina en ese momento, el tráfico de Miami es en sí un caos permanente. Hay un detalle interesante: las mujeres no suelen ser responsables de los accidentes de tránsito, me decía hace unos años un amigo policía. De hecho, son bastante corteses, suelen ceder el paso a los viandantes, respetar los semáforos y las reglas.
La mayoría de los accidentes en Miami son responsabilidad de jóvenes, de ambos sexos, quizá porque no tienen un sentido de responsabilidad cabal, beben demasiado a los fines de semana y, aunque los accidentes en Miami no son significativos comparando con otras urbes estadounidenses, los pocos que suceden son terribles, y muchas veces hay un muerto por el medio. Parte el corazón ver que la víctima estaba en el inicio de la vida.
Esto trae por consecuencia un rito que yo considero bastante macabro, pero no hay forma de pararlo. Los familiares y amigos tienen el hábito de erigir pequeños monumentos o lápidas en la esquina del accidente y lo decoran con flores, globos y hasta ositos de peluche que ahí quedan para siempre.
En la esquina de mi casa hay uno hace más de 10 años. Para mí siempre ha estado allí. Este monumento puede ser un recordatorio a la prudencia al timón, pero es muy triste y las calles no son propiamente un cementerio ni un lugar de peregrinaje.
Hubo una época en que a la gente le dio por grabar en los cristales traseros de los carros un mensaje de condolencias en memoria de un amigo fallecido al timón. La moda ha ido desapareciendo pero los ositos de peluche en las esquinas parecen eternos. Nadie, ni el gobierno municipal quieren quitarlos. Limpian los jardines pero los ositos se quedan.
¿Qué tiene esto que ver con las mujeres al timón? No mucho, pero se me coló. Me decía Teresa, una brasileña que maneja Uber para completar su sueldo de enfermera, que ella sufre todavía el estigma del machismo de sus clientes.
Lo más normal cuando el cliente se da cuenta de que al timón está una mujer, es cambiar de humor y darles consejos con tono paternal. Les dicen que no hay que ir rápido porque no tienen prisa. Uno que otro se interesa por saber hace cuánto tienen permiso para manejar y los más audaces traen el escabroso tema de si alguna vez han tenido un accidente.
Teresa me cuenta que ella siempre intenta contestar con cierto humor, pero hay momentos en que tiene ganas de sacar al cliente del carro.
Una vez, un hombre le dijo directamente que no confía en las mujeres al timón y que si se hubiera fijado en la aplicación que una mujer iba manejar el Uber que pidió, hubiera cancelado el viaje. Esto es, obviamente, un caso claro de discriminación. Sin embargo no hay mucho que hacer más allá de otorgar al cliente la calificación minima, y así Uber jamás los vuelve a empatar, aunque la cura para ese hombre bien podría ser coincidir siempre con una chofer del sexo opuesto al suyo.
Las mujeres también sufren al timón por el machismo cuando otros choferes se dan cuenta de que ellas van al timón. Se queja Teresa de lo innombrable. Le tiran el carro encima. “Asusta. Tienes que ir en una tensión constante porque no sabes donde está el peligro. No solo hay que mirar al frente, también a los lados”.
No creo en James Bond. Creo, sí, que las mujeres manejan tan bien como los hombres. Cuando un accidente es relevante y sale en los periódicos, trato de mirar quién iba manejando. Me he olvidado ya de la última vez que vi escrito un nombre femenino.
Creo que esa discriminación se basa en una leyenda pero se ha desarrollado amparada en un profundo machismo porque, una de las cosas que Teresa me cuenta, al menos en Miami, son más los hombres hispanos que tienen su renuencia a ser transportados por una mujer que los demás. No hay ninguna prueba, ni siquiera estadística, de que las mujeres son un peligro al timón como cree Ian Fleming, al esconderse detrás de James Bond.