Este dossier coloca a Guevara, con la responsabilidad propia de la honestidad intelectual, en la conversación que necesitamos sobre la renovación del socialismo en Cuba, algo que de modo casi “obsesivo” ocupó en particular los últimos años de su vida: un tema que defendió siempre como un programa conjunto de “libertad, justicia y belleza”. En medio de esas disputas, el dossier hace suya la frase del historiador francés Pierre Nora: “Ha sido lanzada la orden de recordar, pero me corresponde a mí recordar y soy yo quien recuerda.”
En esta entrega, la tercera de la serie, intervienen el ex diplomático Raúl Roa Kourí, el crítico de arte e historiador Rafael Acosta de Arriba, el productor de cine chileno Sergio Trabucco Ponce, el economista Julio Carranza, la cineasta (chilena, radicada en Francia) Carmen Castillo, el periodista Leandro Estupiñán y la socióloga Diosnara Ortega.
…el arte era revolucionario (no en la acepción política) o no era arte, así de simple. Rafael Acosta de Arriba
Creo que lo primero que habría que mencionar ante un tópico tan vasto (y con tan breve espacio para responder), es la formación de Alfredo.
Su cultura y su concepto de ella, que, obviamente, son dos cosas diferentes, tuvieron un origen común, la formación en los clásicos latinos. Él fue, por tanto, un humanista de origen. Después, siguió nutriendo esa vasta y espesa cultura personal que acumuló cada día de su vida, sumergiéndose en los clásicos del marxismo y en el pensamiento de San Agustín.
No despreció lecturas de origen religioso y filosófico en sentido general y leyó todo cuanto pudo. El surrealismo le fue muy cercano, probablemente impulsado por Luis Buñuel (con quien tuvo una relación de trabajo y amistad), por autores franceses y por Wifredo Lam, antiguo militante de ese movimiento estético.
También había metabolizado a pensadores cubanos fundamentales como Félix Varela, José Antonio Saco y José Martí, entre otros. Su visión del mundo contemporáneo no era libresca, sino de una puesta al día permanente, propia de una energía de dinamo que le hacía vivir el presente con avidez. Hombre de convicciones sólidas, pero a la vez abierto a lo novedoso del mundo de las ideas, Alfredo fue antidogmático, soñador y polemista.
Lector intenso y extensivo, su biblioteca personal estaba muy bien surtida y era impresionante la variedad de tendencias, autores y temas que la conformaban. Cuando los libros rebasaban el espacio físico disponible, esos títulos pasaban directamente a la biblioteca del ICAIC, perteneciente al Centro de Información Cinematográfica “Saúl Yelín”.
De manera que fue un hombre realmente culto, muy culto. Sin embargo, lo que más resaltaba de su persona era su inteligencia, aguda, curiosa e inquieta, potente, penetrante. Era la lucidez del pensador encarnada en un hombre brillante de fácil expresión verbal; preferí siempre escucharlo que leerlo. (A veces, y sobre todo al final de sus días, creo que torturó al idioma).
Debo decir, para no traicionar la imagen de Alfredo Guevara que conservo con respeto y admiración, que su concepción de la cultura como algo vital, en constante movimiento, plural, podía recibir, sin embargo, ante la práctica política o las exigencias coyunturales de la realidad, el efecto del embudo.
Me explico mejor. A la hora de contrapesar alguna idea ya establecida en la cultura occidental o en la historia con las urgencias de la práctica política revolucionaria, aquella podía sufrir reducciones o quedar en pausa, incluso negada. Era una decisión consciente y sé que, a veces, resultó dolorosa para él. La Revolución podía demandar ese tipo de sacrificios y Alfredo, en esa situación dilemática, siempre optó por la Revolución.
Conversamos en muchas ocasiones (trabajé en el ICAIC durante seis años, bajo sus órdenes directas) y aunque no puedo decir que fuimos amigos cercanos, que no lo fuimos (en la dedicatoria de uno de sus libros que me obsequió puso: “nos une una amistad no cincelada como pudiera ser”), tuve la oportunidad de intercambiar con él sobre artes visuales, entre otros temas, materia en la que poseía vastos conocimientos.
Para Alfredo, el arte era revolucionario (no en la acepción política) o no era arte, así de simple. Esa idea trató siempre de aplicarla al cine cubano. A veces resultaba sorprendente: podía invertir tiempo en una disquisición filosófica o metafísica extensa y profunda, al mismo tiempo que apremiar el cumplimiento de una orientación como directivo cultural, la que, podía ser atinada (la mayoría de las veces) o un capricho o majadería incomprensible en un hombre de su talla.
Para Alfredo, ser creador o creativo, como se prefiera, fue fundamental como premisa imprescindible para los que trabajaran en las instituciones culturales; apenas necesito decir que menospreció a los burócratas de plantilla.
Como bien apuntara Fernando Pérez, la personalidad de Alfredo era “arrolladora y contradictoria” y, añado, podía ser autoritario con creces, cosa que afectaba la imagen del hombre de cultura que, estructuralmente, era Alfredo de la cabeza a los pies.
Sus batallas contra el dogmatismo estalinista asentado en la Cuba de los sesenta y setenta, lo llevaron a cumplir la función de gladiador, pero también, la de víctima de esos desmanes, y creo que eso lo hizo madurar muy aceleradamente.
Vio con claridad meridiana todo lo que de reductor se escondía bajo el manto del estalinismo. Despreció y odió el “realismo socialista”, a la vez que no comulgó con las personas que trataban de simular determinadas posiciones revolucionarias, sin serlo, es decir, los oportunistas. Fue, sin duda alguna, un hombre valiente, actitud que demostró sobradas veces en su vida.
…nuestro socialismo debía estar libre de las lacras del capitalismo, pero también de las largas sombras del “socialismo real”. Raúl Roa Kourí
Alfredo Guevara fue uno de los más brillantes intelectuales cubanos de izquierda del siglo XX.
Sus tempranas lecturas de Marx, Engels y Lenin, amén de su comunión con las ideas libertarias de José Martí, le llevaron a militar en el Partido Socialista Popular (comunista) desde sus años universitarios, en los que destacó como Director de Cultura de la FEU, realizando una ingente labor de difusión de lo más relevante y avanzado de nuestra cultura.
Su amistad con el joven Fidel Castro, que data de aquella época, y las discrepancias que tuvo con la línea del PSP, tras el golpe militar de Fulgencio Batista en 1952, le convencieron de que Fidel tenía razón al promover la insurrección armada como medio de lucha contra la tiranía.
Por otra parte, consideró que no obstante ser justa la consigna del frente popular contra el nazifascismo, en nuestro caso —pero también en el de otros países latinoamericanos— había significado la alianza de los comunistas con la dictadura reaccionaria y pro-imperialista de Batista, lo que mermó considerablemente el prestigio adquirido por el primer Partido Comunista cubano en las luchas contra Machado y el propio Batista.
Por otra parte, su profundización en el pensamiento de marxistas como Mariátegui, Gramsci y otros, así como su reflexión sobre la polémica de Rosa Luxemburgo con Lenin acerca del desvío antidemocrático de la Revolución de octubre, ahondaron su rechazo al llamado “marxismo-leninismo” (en realidad, tergiversación estalinista del pensamiento de Marx, Engels y Lenin), a la praxis política establecida en la URSS tras la muerte de Lenin y al sometimiento de los partidos miembros de la Internacional Comunista a los intereses del estado soviético.
Al triunfo de la revolución, Guevara estuvo en la vanguardia que concibió y redactó las principales leyes revolucionarias, incluida la Ley de reforma agraria, verdadero parteaguas del proceso revolucionario, que desde entonces tuvo un rumbo inequívocamente antimperialista.
El aporte del Instituto Cubano del Arte y la Industria cinematográficas (ICAIC) que fundó Guevara con otros jóvenes cineastas y dirigió durante años, tuvo un impacto directo en la formación política del pueblo, incluyendo especialmente el Noticiero ICAIC.
A partir de su comprensión de que nuestro socialismo debía estar libre de las lacras del capitalismo, pero también de las largas sombras del llamado “socialismo real”, tuvo siempre una posición de lealtad crítica a la dirección de Fidel, y luego de Raúl. Tras la debacle del campo socialista me confió: “Es una lástima que no haya ocurrido diez años antes, cuando Fidel era aún joven y estaba en mejores condiciones para enfrentar las duras consecuencias que derivaron de la desaparición de la URSS y de nuestros principales socios comerciales”.
En sus últimos años, concentró sus esfuerzos—con el respaldo de Raúl Castro—en transmitir sus experiencias, conocimientos e ideas a los jóvenes, partidario, como fue, de un socialismo de veras democrático, participativo, inclusivo, próspero y sostenible.
… su manera de ser, su amabilidad y su sentido del humor, también su furor. Carmen Castillo
Recordar a Alfredo Guevara, su persona, su manera de ser, su amabilidad y su sentido del humor, también su furor. Creo haber percibido en Alfredo algo especial, como si tuviera dos rostros en una sola cara, uno era, si no me equivoco, el del intelectual militante, profundamente socialista, de formación marxista, enraizado en José Martí, y el otro el del hombre libre, sin prejuicios, abierto a todas las expresiones del ser humano, tolerante, intransigente únicamente frente a cualquier dogmatismo.
La libertad sin acciones no existe y sus gestos, sus actos, su pensamiento en movimiento, me mostraban que ambos rostros podían conciliarse en un solo ser humano.
Con herramientas filosóficas o artísticas, descifraba, esclarecía nuestro presente, la Política. Gracias a él descubrí La Habana, la ciudad y sus habitantes, rincones a media luz, más o menos tolerados, bullicio, irreverencia, una energía irreductible, una dignidad irrenunciable, escuché las voces bajas de la gente humilde y la música. Una realidad compleja. La mirada de Alfredo, creo, apuntaba siempre al horizonte. ¿Un horizonte de sentido?
En 2011, recibo una invitación de Alfredo para asistir al Festival de Cine. Sorpresa. Entusiasmo. Largos años de ausencia no habían entibiado su confianza, su cariño. Le pregunto si debo asumir alguna tarea. No, me contesta, quiero sólo que estés presente unos días con nosotros. Entonces, sin ropaje, sin deber que cumplir, invitada sólo para dejarme ir, deslizarme y abrir los ojos y las orejas a ese presente en movimiento, viví días intensos. No hice más que seguirlo, cuando se podía, testigo silencioso y en segundo plano, de su increíble y contagiosa energía. Pienso que era su asombrosa voluntad de querer hacer más y más para revolucionar la Revolución lo que se imponía a su salud ya delicada. Urgencia.
De una reunión a otra, hablaba siempre rodeado de jóvenes y para los jóvenes. Recuerdo especialmente un debate sobre medios de comunicación junto a Ignacio Ramonet en la Universidad de La Habana, su lugar más entrañable. Decía, evocaba su juventud y era un joven más entre esos jóvenes de hoy, subiendo las escaleras, recorriendo los jardines, contaba momentos de la lucha revolucionaria y esos instantes vibraban en el presente, los muertos se mezclaban a los vivos y pedían a gritos que no los borraran, que estaban allí, presentes, para ayudarnos a seguir trazando caminos de resistencia y sueños de futuro.
Más tarde, en el anfiteatro, capto sus palabras, palabras delicadas, rigurosas, dichas en voz baja, pero yo escucho un rugido, su iconoclasia, su propuesta libertaria. Internet libre y para todos. Miro alrededor mío y veo cómo cambian los rostros de esa multitud de estudiantes, como despiertan.
Al día siguiente me dirá, al pasar, casi murmurando, siento que mi tarea hoy es transmitir el espíritu revolucionario a la juventud, ese espíritu que nada ni nadie puede destruir, ese que parece dormido, ese que parece atemorizar a algunos.
Otro día, en ocasión de una comida frugal, agrega algo como que en una de esas, el viento que surge de las experiencias recientes de América Latina llegará hasta las costas cubanas y una frescura nueva se respirará en la atmósfera…
Una frescura frente al dogmatismo, un viento que arrasará con los miedos, un aliento de rebeldía juvenil siempre recomenzado. Nunca le pregunté si, como René Char, sentía que “la lucidez es la herida más cercana al sol”, pero no importa, en ese entonces recibíamos sus palabras como una nueva invitación a seguir actuando, una apuesta a lo incierto, sin biblia, pero fortalecidos por el espíritu revolucionario de antaño para volver a hacer la revolución.
…preservar la autonomía del pensamiento crítico y la libertad creadora. Sergio Trabucco Ponce
Recordar a Alfredo Guevara es traer al presente la figura del intelectual, autónomo y crítico, que supo leer los procesos de Cuba y de nuestro continente interactuando como un protagonista relevante en la vida cultural de nuestros países.
Es así como desde e ICAIC, su magnífica obra, supo enfrentar todas las luchas intestinas que en el ámbito de la cultura, y particularmente del cine, cruzaron y cruzan la vida de la Revolución. Luchas que enfrentaban la libertad de creación propias del arte con una burocracia miope y gris que intentaba e intenta disciplinar la imaginación y la crítica.
Esta defensa radical y revolucionaria a la libertad y a la autonomía creadora tenía que ver con su marcada aversión al estalinismo, que él mismo cultivó como el joven anarquista que fue en su origen, estalinismo que luego advirtió en el viejo Partido Socialista Popular —antiguo Partido Comunista de Cuba.
Transcurridos más de 60 años en el intento de construir el socialismo en Cuba y América Latina, volver sobre nuestros pasos, como diría Titón [Tomás Gutiérrez Alea], solo es posible siguiendo la huella que nos legara Alfredo, con su mismo optimismo y entusiasmo. Esto, a riesgo de descubrir de pronto, que estamos caminando en círculo.
Y es que pareciera que estamos condenados a encontrarnos una y otra vez con los mismos obstáculos heredados del estalinismo, y a enfrentarnos a ello preservando la autonomía del pensamiento crítico y la libertad creadora, como nos legó Alfredo.
“Es necesario repletarnos de pensamiento autónomo y éticamente bien formado de modo tal que esa autonomía no sea una rebeldía. sin causa… ceder un poco de su libertad para con esa suma de libertades cedidas llevar adelante un proyecto” … ¡Pero un poquito…!¡Lo que no se puede perder es la facultad creadora!”1
América Latina y la izquierda siguen sin encontrar un camino, y en Cuba los cineastas siguen enfrentados a debates que son recurrentes y no se superan. Esto, pese a que hoy los jóvenes empoderados y las organizaciones sociales exigen masivamente participación ciudadana y mayor democracia que permita de una vez superar estos procesos retomando una salida del camino recorrido.
Recordar a Alfredo hoy, es tomar conciencia que hemos estado dando vueltas en círculos, confirmando el concepto de desorientación de que nos hablaba Alfredo. Solo el optimismo, el entusiasmo y la radical adhesión a la libertad creadora y a la autonomía crítica nos permitirán recorrer el camino andado sin volver sobre nuestros pasos y así poder avanzar.
… creo que tienes razón, lo que sucede es que fue algo tan terrible que a veces me cuesta trabajo admitirlo. Julio Carranza
He leído un excelente texto de Ignacio Ramonet publicado por OnCuba sobre Alfredo Guevara, a quien él conoció muy bien, al Alfredo intelectual, revolucionario y amigo.
Tuve también la oportunidad de ser amigo de Alfredo e intercambiar con él sobre la más amplia diversidad de temas en muchas ocasiones y diferentes lugares. Ahora viene a mi memoria una de esas oportunidades en las cuales compartí reflexiones, preocupaciones y esperanzas con Alfredo Guevara.
En el año 1999 la Casa de América de Madrid organizó un panel sobre la Revolución Cubana a propósito de su 40 aniversario, fuimos invitados al evento Alfredo Guevara, Martha Harnecker y yo, el moderador era el notable escritor español Manuel Vázquez Montalván, quien recientemente había publicado su libro “Y Dios entró en La Habana”, sobre la visita de Juan Pablo II a Cuba.
En aquella ocasión yo lo había conocido y mantuvimos una amistad e intercambio en la distancia. Era enero de 1999, una noche fría y de nieve en Madrid, hace más de 22 años, habíamos llegado a España unos días antes, el día del panel tuvimos un almuerzo todos los participantes donde nos pusimos de acuerdo sobre las formalidades y el método del evento de la noche.
Me sorprendió que los organizadores nos pidieron que no hiciéramos una intervención académica, sino una reflexión personal de la experiencia de haber vivido en una revolución, así lo hicimos después de una magnífica introducción realizada por Manolo Vázquez Montalván.
Alfredo comenzó su intervención diciendo: “pertenezco a una generación que nació en un país, cuyos problemas sociales hacían evidente la necesidad de una revolución” y de allí continuó explicando su experiencia como uno de los fundadores y protagonista de esta.
Martha Harnecker (chilena) comenzó diciendo: “pertenezco a una generación que fue impactada por una sorprendente revolución que había triunfado en una isla del Caribe y allá me fui a conocerla y convivir con ella”, explicó su experiencia como intelectual latinoamericana que vivió y trabajó por años en Cuba.
Cuando me correspondió hablar a mi comencé diciendo: “pertenezco a una generación que nació donde había una revolución” y expuse mi experiencia generacional como joven (entonces) académico cubano, con toda la luz que habíamos vivido y también las sombras (tres años antes había sido el lamentable proceso contra el Centro de Estudios sobre América —CEA—, del cual había sido Subdirector).
Los tres expresamos nuestra condición y compromiso con la revolución desde nuestras propias experiencias, vivencias, críticas y conocimientos. Al final, contestando preguntas del numeroso público que había presente (fue necesario cerrar las puertas porque ya no había espacio para más personas) Alfredo y yo tuvimos una discrepancia puntual sobre un tema que toca Ramonet en su artículo, el período 1975/1986 en el cual la influencia cultural e ideológica soviética en Cuba fue mayor.
Yo insistí en las consecuencias y el daño de esas circunstancias que aunque no cambiaron la esencia ni el avance de las transformaciones en Cuba si la marcaron con rasgos que hicieron daño al entronizarse un dogmatismo que en Cuba era antinatural y contraproducente con consecuencias que se hacían evidentes en diversos aspectos de la vida nacional de esa época.
El punto de Alfredo era que si bien esto era cierto, sus consecuencias habían sido menores, eso fue lo que debatimos públicamente, fue un intercambio fraternal y respetuoso con diferencias de matices según la visión que ambos expusimos.
Al salir nos pusimos a conversar en la acera de la Casa de América, frente a la imponente fuente de Cibeles en el Paseo de la Castellana, una fina cortina de nieve caía sobre Madrid, con una gran honestidad y el rigor que lo caracterizaba Alfredo me dijo “July, pensándolo detenidamente creo que tienes razón, lo que sucede es que fue algo tan terrible que a veces me cuesta trabajo admitirlo”.
Así recuerdo a Alfredo, muchas veces me dio pruebas de su amistad y solidaridad, me consta que no era fácil ser amigo de él, era exigente y muy franco, intransigente con lo que consideraba vulgar, banal. Anécdotas que lo demuestran hay miles.
Unos días antes de morir llamó a mi casa, yo no estaba en el país, habló con mi esposa y me dejó un triste mensaje: “dile a July que me siento muy mal, que le dejo un abrazo”.2
…su propia trayectoria es la muestra de haber confiado tanto en la persuasión diplomática de lobby y café como en el debate público… Leandro Estupiñán
Creo que el convencimiento de Alfredo Guevara sobre la necesidad de un debate público lo llevó a sostener un acercamiento con los jóvenes al final de su vida en lo que, de repente y tal vez, sea la actitud más revolucionaria de su carrera, incluso más que la mantenida a principios de la revolución o previa a esta donde no tuvo poco que arriesgar, como se sabe.
Me explico: ofreciendo conferencias y entrevistas a los jóvenes, desclasificando documentos y correspondencia, valorando lo que significa la censura de una obra y sus consecuencias, exponiendo sus “conspiraciones”, revisitándose, asumía una actitud temeraria. Al hacerlo, debía ser a la vez muy consciente en esto, sería devorado en los análisis de una época polémica y controversial, donde su actitud en determinados pasajes, no siempre relacionados con el ICAIC, parecían determinados por una condición ideológica y política, más que artística, y una fidelidad incuestionable a su excompañero universitario Fidel Castro.
Es el caso de su famosa postura ante PM y la reiterada obstinación hacia el grupo de Lunes de Revolución, y Revolución y con ellos a Carlos Franqui.
Quizá consciente de ello, llegó a asumir una postura autocrítica y no exenta de la controversia que puede encerrar una personalidad como la suya. Pero, en efecto, su propia trayectoria es la muestra de haber confiado tanto en la persuasión diplomática de lobby y café como en ese debate público en el que por momentos brilló, como cuando le hizo frente a las viejas concepciones instauradas por el Partido Socialista Popular y que llegó a defender públicamente también Blas Roca.
… siempre me llamó sobre manera la atención el tipo de escucha de Alfredo. Diosnara Ortega
Uno de los principios de Alfredo era Aclarar las Aclaraciones.3 Con ello debe reconocerse el carácter de polemista y a su vez de generador de polémicas que fue durante su trayectoria como intelectual y “dirigente”. Sabía que el debate era cosa pública y le hacía bien a la esfera pública. La tríada Revolución-Cultura-Intelectualidad fue un eje de su quehacer desde los sesenta. El debate encarna en la obra de Alfredo Guevara el medio para la producción de pensamiento y de acción política por medio de la deliberación. Por ello el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano no fue nunca concebido por él como un certamen de muestra y concurso cinematográfico, sino ante todo un gran laboratorio de creación de debate, de ideas.
Pienso que si Alfredo Guevara hubiera minimizado la polémica, la diversidad y el disentimiento habría sido un hombre más de su generación, un cuadro político, y fin de la historia. Pero Alfredo, que fue un hombre de su generación, se “elitizó” dentro de su propia generación. Este tal vez haya sido uno de sus pecados visto desde distintos ángulos. Fue un elitista raro que no cerró nunca el diálogo ni de un lado ni otro. Esa capacidad suya de conversación intergeneracional fue significativa, a veces, o muchas, desde una postura adultocéntrica. Era parte de una generación, pero a diferencia de otros no enmarcó ese diálogo, no lo prefiguró. Los hombres y las mujeres de pensamiento ven más allá de sí mismos y sus limitaciones.
Siempre me llamó sobre manera la atención el tipo de escucha de Alfredo. Un principio para la polémica es ser un buen oyente, es practicar el arte del silencio y no solo el de la palabra rápida. Él era simplemente deslumbrante en eso.
Hace unos meses un amigo, otro gran intelectual cubano que admiro, me dijo bajito a propósito de los tiempos actuales en Cuba: “No se puede ser bueno y funcionario a la vez. Es una ley física. Pero siempre se puede ser decente”.
Entonces valdría la pena volver a Alfredo Guevara por estos días. El “desprecio por los intelectuales” y la “humillación de la dignidad intelectual” no son nuevos en Cuba, su antídoto es el debate público y democrático. Los que seguramente piensan esto es un tema “histórico”, del pasado, que nada le dice al presente de Cuba y que hay cosas más urgentes a las que atender —que seguramente también— no solo se equivocan sino que contribuyen a hacer creer que el presente comienza cada día. El Hoy4 no empieza los Lunes5 precisamente.
Notas:
1Alfredo Guevara: Entrevista realizada por Faride Zerán en La Habana y publicada en revista Rocinante no.41, Santiago de Chile, 2002.
2 Su autor publicó este texto en su página de Facebook, en diálogo con el de Ignacio Ramonet que introduce esta serie. Se publica aquí con su autorización.
3 Aclarando Aclaraciones fue la última repuesta de Alfredo Guevara a una polémica iniciada por Blas Roca en el periódico Hoy, fundado como medio principal del Partido Socialista Popular, el cual se publicó entre 1938 y 1965, y que tuvo distintas etapas (1938-1953) (1953-1958) (1959-1965).
4 Periódico del Partido Socialista Popular entre 1938-1965.
5 Suplemento literario semanal Lunes de Revolución (1959-1961). Fue dirigido por Guillermo Cabrera Infante y se convirtió en una de las plataformas de crítica y polémicas culturales durante su corto período más importantes dentro de Cuba. El 6 de noviembre de 1961 fue cerrado, cinco meses posterior a “Palabras a los Intelectuales” (30 junio 1961) y nueve meses posterior a la Invasión a Playa Girón (17-19abril 1961). Solo se refieren ambos símbolos “Hoy” y “Lunes”, para recordar los precedentes históricos y a la vez, que ambos, desde posturas ideológicas distintas y hasta antagónicas, llegaron a su fin.