I.
Acabo de terminar Herejes (Tusquets, 2014), de Leonardo Padura. 516 páginas. Unas 200000 palabras. Y me tomó aproximadamente 6 horas. 373 minutos en foto finish.
De la novela —un best seller con patas— no vale la pena comentar nada. Para eso está el Sindicato de Críticos Españoles. Propongo, en cambio, hablar de Spritz: el software que me permitió su lectura cardiovascular.
Yo había leído —durante la carrera de Letras— con todo el kamasutra de técnicas de lectura rápida: había hecho skimming (no leer todas las palabras), scanning (búsqueda de palabras claves), transreading (leer en diagonal), etc. Pero nada como una sesión de spritzing —término que en la jerga metodológica equivale a “leer con Spritz”. Y créanme: es algo que vale la pena experimentar.
¿Qué es Spritz? Un acelerador virtual de lectura. Un software que dispara —exactamente igual que una ametralladora— entre 250 y 1000 palabras por minuto. Todo está al alcance de una simple búsqueda en Google. Adelante, no se corten: http://www.spritzinc.com/
Para entendernos: hablamos una aplicación que te permite leer la Biblia en 13 horas. Es imposible. Es una escena de la Matrix.
II.
Si antes leer La montaña mágica duraba tanto como el embarazo de una elefanta, con Spritz Thomas Mann se volatiliza. Y ya es ciencia, ya lo ha probado algún neurólogo: durante la lectura solo dedicamos un 20 por ciento del tiempo a la comprensión del contenido, porque una cantidad obscena de nuestra actividad cerebral se desperdicia en el movimiento ocular. La enfermedad del lector es el nistagmo (“movimiento incontrolable de los ojos”). Vaya. Lo dije. Ahora a la cuestión del asunto. Con Spritz el libro parpadea. Es el origen de un subterráneo pero efectivo caos. La lectura deja de ser una actividad espacial —un recorrido de izquierda a derecha, al menos en nuestra lengua— para convertirse en una experiencia temporal.
III.
No sé a quién le escuché decir que había devorado —en plan binge-watching— las tres primeras temporadas de Breaking Bad. A Enrique Vila-Matas probablemente. Es una apnea profunda. Ahora piensen en el récord siguiente: todo Proust en 24 horas. No hay tiempo perdido. Slow foods como A la sombra de las muchachas en flor o Por el camino de Swann serían devorados en apenas unos cientos de minutos. Sin digestión. Algo al estilo Lucy, la más reciente película de Luc Besson, donde Scarlett Johansson, más que leer, inhala los textos como si fueran rayas de cocaína.
(Imagino a los estudiantes de Letras ojerosos, con la pupila dilatada, por esnifar a Italo Calvino en el baño de la Facultad. O planificando los horarios del día antes de la prueba de Latinoamericana, porque “esta noche tenemos que leer a todos los autores del boom”.)
IV.
Hasta ahora, los lectores podían encontrar autores que utilizaba el libro como objeto, desfamiliarizaban la lectura, interrumpían su linealidad —pienso, por solo mencionar un ejemplo, en el libro excelente de Marc Saporta: Composición no. 1, un libro-caja de más de 300 páginas sueltas que el lector puede barajear, desordenar, y leer en el orden que le plazca (Rayuela parece un manual de la juguetera Lego frente a Composición no. 1)—, pero ninguno de estos intentos había revolucionado nuestra manera de leer. Hasta Spritz, que, ya que estamos, propone un cambio en nuestro mecanismo lectivo equivalente al paso de la lectura oral a la lectura silenciosa. Leer como hacer zapping.
V.
Imagino que la extrañeza de ver a alguien leyendo con Spritz sea semejante a la que sintieron los soldados de Alejandro Magno cuando lo vieron leer en silencio una carta de su madre, según cuenta Plutarco, en una época en que primaba la lectura oral. Una sorpresa similar a la de san Agustín. (Se sabe: en el Libro seis de sus Confesiones, san Agustín cuenta con asombro cómo san Ambrosio leía en soledad y sin pronunciar las palabras en voz alta.) Hoy somos como esos incrédulos del siglo IV. Y los usuarios de Spritz son los posesos. Por si acaso: no hay que dejarse ver haciendo spritzing.
VI.
Días atrás leía en “Elogio de la lentitud” —una entrevista a Ricardo Piglia publicada en la Revista Ñ— lo siguiente: “Me parece que la circulación de lo escrito ha alcanzado una velocidad extraordinaria, pero la paradoja es que el tiempo de lectura no ha cambiado. Leemos igual que en la época de Aristóteles: seguimos descifrando signo tras signo y eso nos pone en una actitud similar a la que se tenía cuando la circulación no era tan rápida. Hudson, por ejemplo, cuenta en Allá lejos y hace tiempo, un libro de 1918 que describe su vida en la pampa, cómo les llegaban las novelas, y después de leerlas las prestaban a la chacra vecina que estaba a cinco kilómetros, y después a otra que estaba más adentro. La novela se iba alejando, a caballo…” Con Spritz, la novela se aleja en un Ferrari.
VII.
Siempre hay cosas criticables: 1) sería interesante leer la poesía japonesa, en especial los haikus, con Spritz, a una velocidad de 1000 palabras por minuto (un insensato podría despachar a Matsuo Bashō en centésimas de segundo); 2) está contraindicado para leer poesía; 3) los números y los diálogos se leen muy mal (se tiene la sensación de que no acaban nunca); 4) si garantiza una comprensión del 70%, eso quiere decir que hay un 30% de what the fuck (me recuerda aquello de Woody Allen: “Leí La guerra y la paz en 20 minutos. Habla de Rusia”); 5) a pesar de mi entusiasmo, me parece más recomendable para leer textos “no-literarios”, es decir, la prensa, los informes y las novelas de Benito Pérez Galdós.
VIII.
Lo cierto es que Spritz parece una APP sacada de Black Mirror —una miniserie británica, creada por Charlie Brooker, que parte de la siguiente provocación: “Si la tecnología es una droga, entonces, ¿cuáles son sus efectos secundarios?”. Vemos Black Mirror y descubrimos que todos somos adictos. Sí, nuestra existencia depende de tecnologías cuyo funcionamiento desconocemos. Así, nos “conectamos” a Internet (bueno, los cubanos en materia de Internet estamos en la caverna de Platón), recargamos los móviles, twitteamos en lugar de tutearnos, descargamos, llevamos una memoria flash como extensión de nuestra memoria. Y en 2016, el 15 por ciento de los textos de todo el mundo será leído con Spritz. Nuestra secuela será no parpadear.
IX.
Mientras nosotros intentamos leer más rápido, en Finlandia se acaba de eliminar la enseñanza de la caligrafía en las escuelas. Los finlandeses del futuro —que serán algo así como Pie Grande ágrafo— estarán más preparados para leer que para escribir. Quién sabe, tal vez nazca en Finlandia la primera generación Spritz.
Ojalá no consigan Herejes.
No se porque la mayoria de los que salen de la facultad de artes y letras le envenenan la capacidad de crear.
solo quedan para criticar a los que crean, trabajan a costa del trabajo de otros. Hubiera sido un articulo interesante
pero lo ensuciaste con tus puas hacia los autores que te desagradan, que son mucho mejores de lo que tu seras.
Macho, ojalá y hagas esto por hobby, porque la verdad que no se te da bien. Y el que te pague por hacerlo está más perdido que una vaca en un cine. Pero bueno, pa que el mundo sea mundo tiene que haber de todo, en este caso por desgracia.
Edd, yo no me creo que le paguen por algo tan malo, se lo publican, pero no creo que le paguen
No creo que Padura le desagrade al autor. Gracias por la sugerencia de Spritz.
Imagino que en el fondo de ese articulo haya algo de provecho, una idea inconclusa… Pero la transversal (y por ende temerosa) critica al libro de Leonardo Padura es totalmente gratis, desagradable, y pero aun, pobremente irrespetuosa.
cuánto te pagó Spritz y quién te robó el libro de Padura?