Frank Fernández compuso una pieza preciosa dedicada a Alicia Alonso. No la escribió con tinta sobre un pentagrama pero a cada rato la tanteaba en la mente, según me contó. “¿Crees que Viengsay Valdés se atreva a bailar una obra mía aunque la dedique a otra persona?” Claro maestro, respondí atrevida. “¿Y quién pudiera hacer una coreografía digna?” Sin tanto regodeo, sugerí el nombre de Tania Vergara, directora de la compañía de danza contemporánea Endedans, porque su visión de lo moderno aprovecha lo mejor de la técnica clásica, el lenguaje en el que Frank creía justo homenajear a la Alonso.
El maestro pidió conocer a la creadora en vivo para él decidir en dependencia de dos cualidades: el compositor de los pasos de danza debía ser espiritual y sensible, apuntó. Tania vino de Camagüey con su sonrisa cálida y elegancia características. Pocos minutos de conversación bastaron, el maestro vio algo en ella, nos invitó a pasar a su estudio. Graba ahí Julito, le ordenó a su técnico de audio. Y con Tania sentada a escasos centímetros nos dijo: Algo más o menos así es lo que he venido componiendo en mi mente.
Para Alicia nació sin ensayos, a la primera, delante de la Vergara, el sonidista Julio Pulido y la periodista que rubrica estas líneas, entonces con deseos de asaltar al técnico para arrebatarle aquella maravilla, sin sospechar el después. Frank llamó a Viengsay por teléfono y la bailarina acudió enseguida por admiración y disciplina. El compositor nos sentó a todos en círculo y proyectó la grabación para que la criticáramos. ¿Alguien podía ser capaz? Tania y yo aún no recuperábamos el habla.
Nadie pudo cumplir con la demanda del maestro. Solo él se atrevió a decir que a la obra le faltaba algo y solicitó a Pulido escuchar una composición propia para piano y ocho violonchelos, no muy conocida. Delante de nuestros ojos, Julio copió un pedazo de aquella pieza y la pegó al final de la que Frank acababa de tocar. Aún inconforme, el escultor pidió un nuevo detalle: un toque grave de tambores que simularan los latidos de un corazón. Pulido parecía un mago en la computadora, la frase apareció. Todavía Fernández exigió escuchar un fragmento del segundo acto del ballet Giselle, pues con ese Alicia sentó leyenda, y otra vez en el piano tocó algunas teclas en respuesta a las melodías. Muy breve, pero apasionado como suele ser norma en él.
La última petición fue de mezcla y después de escuchar el resultado, dispuso mi salvación. “Por favor, quémaselos en un disco Julio, para que ellas se lo lleven y Tania monte la pieza”, expresó. Bailarina, coreógrafa y periodista salimos de aquel estudio en Miramar como guardianas de un tesoro, nerviosas por el compromiso contraído.
Desde el inicio, Frank nos pidió formar parte de una conspiración. En los salones de la Escuela Nacional de Ballet, la Vergara implantó su ingenio y Valdés interpretó con habilidad el espíritu de la danza evocado por el músico. Ensayaron incluso domingos, le pidieron a un bailarín que cargara a Viengsay a ratos, una participación modesta. Frank alborotó la escuela cuando se presentó allí para ver una de las puestas secretas. Los sueños de los artistas se entretejieron, resultó el esfuerzo, el propio pianista salió de allí para el Ballet Nacional de Cuba a pedir que incluyeran la pieza en la gala de homenaje a Alicia por sus 90 años de edad que se realizaría el 20 de diciembre, en vísperas del onomástico. “Recuerda Martica que esto es un regalo de cumpleaños”, me acotaba hace minutos el maestro.
Otra idea del compositor redondeó la pieza, al final de esta los bailarines quedarían embelesados contemplando una edición de imágenes de la prima ballerina assoluta cubana en Giselle, en el momento correspondiente a esa melodía insertada y encargó un audiovisual a los diseñadores Trujillo, Raonel RJ, Alejandro Segui, Víctor Juan y Osmel Lorenzo, un equipo que editó fotos de la maestra en un abrir y cerrar de ojos porque la función estaba a punto de comenzar. Una reverencia de Viengsay a la gran diva ponía punto final al complot.
Tanto la coreografía de Tania Vergara como la interpretación de Viengsay transmiten todas mis intenciones de manera magistral, aseguró el afamado pianista, que tituló la obra ParAlicia en alusión fonética o especie de guiño al ParElisa de su admirado Ludwig van Beethoven.
Sin embargo, con el estreno mundial en 2010, el sueño lejos de concluir adquirió nuevas dimensiones. Al día siguiente de la gala, Frank propuso que la obra se filmara profesionalmente, pero encontrar un equipo de filmación disponible no es coser y cantar. Pasaron años, giras, conciertos, galas, más premios para los artistas y cada vez que el compositor tropezaba con Viengsay o conmigo en cualquier sitio nos trataba de convencer a cada una de la necesidad de filmar un audiovisual.
En 2011, mientras trabajaba como corresponsal de Prensa Latina en Nicaragua, recibí un correo electrónico de Tania en el cual me contaba de un genial concierto del maestro Fernández en Camagüey. Al final del espectáculo, en medio elogios y agradecimientos, el agasajado la había atrapado a ella para convencerla, otra vez, de documentar ParAlicia.
Hace pocas semanas, supimos de un homenaje que le haría la Academia Nacional de Canto Mariana de Gonitch a Frank por su 70 cumpleaños. Viengsay y yo estábamos en La Habana y, por supuesto, no queríamos perdernos la fiesta. De la actividad, lo menos predecible era la persistencia del cumpleañero, el gran pianista, arreglista, compositor, maestro, perfeccionista, intransigente, tozudo, nos volvía a disparar a ambas la flecha pendiente.
En medio de la inquietud, esa misma tarde, surgió una idea, Viengsay llamó por teléfono a otro amigo, el realizador audiovisual Alejandro Pérez, un excelente director de fotografía que había trabajado con ella hace años en la filmación de un video clip con el grupo Buena Fe. La conspiración no solo estuvo completa sino que cobró nuevos vuelos, Pérez quería a Alicia dentro de la filmación y no cejó hasta ver a Viengsay hablar con la maestra.
Frank Fernández, la primera bailarina y el director de cine filmaron este 2 de abril el homenaje a Alicia Alonso con la participación de la propia artista y la realidad superó al sueño pues la diva adornó particularmente la pieza musical con gestos de los brazos, la cabeza y hasta pequeños movimientos de los pies.
“Si no tuviera puesto zapatos de tacón ya me hubiera parado a bailar”, exclamó Alonso desde una butaca al concluir la primera toma y aplaudió con emoción las ejecuciones de Fernández y Valdés.
“Este ballet está cargado de todo el amor y el respeto que siento por Alicia, como público y colaborador de ella, la obra plantea la hipótesis de que el espíritu de la danza posee de manera selectiva a algunos seres humanos y Alonso fue una de sus elegidas”, comentó Frank poco antes de sentarse al piano.
Fernández dejó en claro que decidió llamar a Valdés en calidad de intérprete por ser una de las grandes bailarinas que ha dado continuidad a la tradición de la danza representada por Alonso.
Por su parte, Alejandro Pérez asumió el proyecto a modo de videoarte y eligió como escenario el salón azul del Ballet Nacional de Cuba porque quería tomar a maestra y alumna en el tabloncillo donde ambas crecieron profesionalmente, en la intimidad, sin público, acompañadas solo del pianista.
“Quise registrar ese momento entre dos grandes de la danza como un legado de profesora a alumna y a su vez un regalo de esta a la maestra”, sostuvo.
Con la cámara en la mano, Pérez consideró esta reunión de talentos un hecho histórico y por esa razón llamó a varios amigos para ser parte de esta filmación personal.
De acuerdo con Viengsay, los variados matices de la música de Frank apoyan la interpretación y el virtuosismo, mientras la coreografía de Vergara combina inteligentemente la técnica clásica con movimientos contemporáneos y aprovecha estados anímicos sugeridos por la composición musical.
“Todos hemos puesto corazón, sentimiento, pasión, y tener a Alicia en el salón, dentro del rodaje, ha sido un grandísimo honor. Sin duda, es de las piezas más bellas que he interpretado”, afirmó Valdés mientras ajustaba las cintas de sus zapatillas para repetir una toma.
A los 93 años de edad, Alonso insistió varias veces durante la filmación en que sentía deseos de bailar aquella música y ratificó la trascendencia de esta obra. Viengsay, atinada observadora de la maestra, ratificó lo obvio con palabras: “a ella le es inevitable moverse”.