Los cubanos sabemos mucho de carros viejos. Somos expertos en almendrones, esos dinosaurios norteamericanos hiper contaminantes que pululan por la isla, dándole un toque forzosamente vintage. Nuestros mecánicos son capaces de hacerlos rodar eternamente, saltándose incluso preceptos de la Guerra Fría, para lograr que un Chevrolet, un Ford y hasta un Cadillac, por ejemplo, funcionen perfectamente con las piezas de un Lada ruso fabricadas en China y traídas de contrabando desde Miami.
En eso pensaba el otro día mientras iba a Torre Loizaga, en el País Vasco, a visitar un museo que expone una colección privada de autos clásicos de lujo. Bah, más almendrones, esto me lo sé de memoria, pensaba yo ingenuamente, a pesar de que había leído que vería la “única colección en Europa con todos los modelos de Rolls Royce fabricados entre 1910 y 1990”.
En una fortaleza reconstruida en torno a las ruinas de un baluarte del siglo XIV, se puede ver una de las colecciones de autos de época más importantes del mundo y, según afirman los que saben del tema, la más completa y espectacular de Europa. Un detalle importante es que todos los autos funcionan a la perfección, un equipo de mecánicos y restauradores se ocupa del mantenimiento y conservación de estos carros añejos, algunos de ellos con más de 100 años de vida.
En Torre Loizaga se exhiben 75 vehículos de época, de los cuales 45 son Rolls Royce, incluida la serie Phantom completa, fabricada entre 1925 y 1969 y en la que destaca el Rolls Royce Phantom IV, fabricado en 1950 a pedido de la Casa Real británica para uso de la entonces princesa Isabel. De este modelo se fabricaron muy pocos coches y todos para uso de dignatarios, como la eterna Isabel, el Rey Faisal de Irak, el Shah de Persia, el dictador español Francisco Franco (que tuvo 3 de estos carros) y unos pocos más. Un detalle curioso es que este gigante de casi 6 metros y motor en linea de 8 cilindros tenía un foco rojo bajo el radiador que se encendía cuando el mayimbe iba a bordo.
Los Rolls Royce son el plato fuerte de este museo, los hay viejísimos, señoriales, deportivos, de colores, totalmente niquelados, hasta uno con un elegante bar dentro. Pero aquí hay de todo. Miguel de la Vía, amante de los autos y el creador de esta fabulosa colección, sabía lo que hacía y, obviamente, tenía con qué hacerlo. Una de las naves que conforman la muestra está dedicada a los coches que usó en vida este señor: Ferrari, Lamborghini, Porsche, Mercedes, BMV, Alfa Romeo y algunos más, todos de gama alta. También hay en esta sala dos viejos Vauxhall, homenaje al padre de Miguel, habitual conductor de esa marca inglesa.
Integran también la colección un imponente camión de bomberos Merryweather de 1939, originario de Sussex, con la escalera de madera original, un enorme Cadillac Eldorado convertible y un Jaguar E-Type totalmente decorado con recortes alusivos a la cultura Pop de mediados del siglo pasado. Y otras marcas que ni había oído mentar en mi vida como Isotta Fraschini, Hispano-Suiza y Delaunay Belleville, al que era muy aficionado el Zar Nicolás II antes de que pasara lo que pasó.
Es realmente impresionante la cantidad de autos de lujo, en especial los Rolls Royce, que se conservan en este museo perdido entre montañas y que solo abre los domingos. Son maravillas del ingenio y el diseño, de la mecánica y el arte, que da gusto contemplar. Aunque como toda colección, esta de almendrones 5 estrellas está incompleta. O al menos yo echo en falta un Chevy del 52 con caja de velocidades de Lada, dirección asistida de Toyota, asientos de Mercedes y sabrá Dios que inventos más.