Cuentan que Juan Rulfo (1917-1986), el escritor mexicano al que sólo le bastó escribir una novela y un cuaderno de cuentos para consagrarse como uno de los grandes escritores en lengua hispana del siglo XX, tenía en su biblioteca más libros de fotografía que de literatura.
Hace varios años, cuando supe de esa curiosidad —nunca me interesó corroborar si era cierto o no ese dato— desconocía que el autor de Pedro Páramo y El llano en llamas, cultivaba el arte fotográfico con tanta pasión como la escritura.
Me sumergí en su obra y sus fotografías con intensidad. Terminé, por suerte, siendo uno más de sus apasionados lectores y admiradores fotográficos. Es estremecedora su capacidad para retratar la realidad social mexicana desde sus personajes. Una manera excepcional y única. Encima no son sustanciales las diferencias entre su literatura y su fotografía.
Con ese bagaje rulfoniano y muchas expectativas hace poco aterricé en Ciudad de México. Han pasado más de 100 años desde que nació el escritor y medio siglo desde que se publicaran sus primeros escritos. Sin embargo, su mirada sociocultural es posible advertirla por las calles de la ciudad. Está en la dinámica de lo cotidiano. Se reproduce constantemente a imagen y semejanza en la muchedumbre que a diario copa la urbe.
Una radiografía de México, su historia y su gente Rulfo publicó en 1984, dos años antes de morir. Es un trabajo donde el autor despliega su mirada antropológica que tanto usó para sus célebres libros de ficción. Se titula “México y los mexicanos”.
“México era la equilibrada fusión entre las grandes culturas indígenas y la cultura europea en su modalidad española. Las grandes diferencias étnicas, económicas, sociales, regionales quedaban resueltas en el crisol del mestizaje.” Así destaca en ese artículo donde, acto seguido, se explaya un particular sobre el mestizaje:
“El mestizaje es una estrategia criolla para unificar lo disperso, afirmar su dominio, llenar el vacío de poder dejado por los españoles. México en 1984 está poblado por una minoría que se ve a sí misma como criolla, y es más norteamericanizada que europeizada, y por inmensas mayorías predominantemente indígenas que, cuatro siglos después, aún sufren la derrota de 1521. Ya no están en los bosques ni en las montañas inaccesibles: los encontramos a toda hora en las calles de las ciudades.”
Otro punto que toca en este trabajo es el de la identidad. “Los problemas de la identidad comienzan en este punto: vistos desde Europa existen nada más “los indios”. Vistos desde dentro los aborígenes se saben tan distintos entre sí como pueden serlo noruegos y húngaros que, sin embargo, reciben la denominación común de “europeos”. Los indios de México hablan lenguas (no “dialectos”) tan diferentes entre sí como el italiano y el polaco”.
Esa fuerte impresión me acompañó en mis días en la capital Azteca. Sin dudas estuve permeado por la mirada subjetiva de Rulfo, sus personajes y las escenas cotidianas captadas en las fotos documentales que tomó (aunque la inmensa mayoría de sus instantáneas no las hizo en la capital mexicana).
Los tiempos de Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, más conocido como Juan Rulfo, son mis tiempos. Estas fotos y mi mirada sobre México y su gente tienen su ángel.