Los latidos del país retumbaban en la Plaza del Congreso, donde los jubilados, acompañados por hinchas de fútbol, se reunieron para exigir lo que es un derecho elemental: vivir con dignidad. “El jubilazo” no fue solo una protesta: fue el reflejo de una Argentina que lucha contra el olvido, un grito de quienes luchan, en la mayoría de los casos, con lo último de sus fuerzas. Pero la respuesta fue feroz y despiadada.

Lo que comenzó como una manifestación pacífica se transformó rápidamente en un campo de batalla; con la diferencia de que solo un bando estaba armado. El aire se saturó de gases lacrimógenos, los balazos de goma se hicieron escuchar, los carros hidrantes arremetieron contra los cuerpos frágiles de los jubilados y las detenciones arbitrarias se multiplicaron a medida que pasaban los minutos. La violencia del aparato represivo del Estado se desató sin tregua; escena que, aunque sin tanta ferocidad como esta vez, ha venido repitiéndose semana tras semana en el mismo escenario.

La situación de los jubilados en Argentina es insostenible. Según la Defensoría de la Tercera Edad, un adulto mayor necesita más de 1.200.000 pesos mensuales para cubrir sus necesidades básicas, pero más de 6 millones de jubilados apenas reciben 350.000 pesos.

El abismo entre lo que necesitan y lo que reciben los expone a vivir en condiciones de precariedad. Muchos se ven forzados a depender de ayudas externas, endeudarse o, peor, prescindir de medicamentos y alimentos esenciales para subsistir.
El presidente Javier Milei, desde su llegada al poder en diciembre de 2023, implementó un programa de ajuste que no hizo más que profundizar esta brecha. Los jubilados decidieron concentrarse frente al Congreso cada miércoles para exigir sus derechos. Cada semana, la represión se intensificaba. En ese contexto, las fuerzas de seguridad se preparaban para lo que consideraban una amenaza: una marcha pacífica de adultos mayores en busca de justicia.
Lo ocurrido el miércoles 12 de marzo fue el clímax de esta escalada. La convocatoria, anunciada en redes sociales para acompañar a los jubilados, estuvo rodeada de tensión desde el primer minuto. Miles de personas se congregaron en las calles de Buenos Aires con una consigna clara: no más represión, ni más violencia contra los más vulnerables. Pero las fuerzas del orden, encabezadas por la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, no tuvieron reparo en aplicar su protocolo represivo.
La carga contra la protesta duró más de 3 horas. La más sensible de las víctimas fue Pablo Grillo, fotoperiodista de 35 años al que le dispararon un cartucho de gas lacrimógeno policial en la cabeza. Grillo sufrió traumatismo de cráneo grave, fracturas múltiples y pérdida de masa encefálica. Fue atendido rápidamente en el mismo lugar y luego trasladado al hospital, donde fue intervenido de urgencia. Los médicos lograron reducir la presión intracraneal y reconstruir algunas partes del tejido afectado. Se mantiene en terapia intensiva y con pronóstico reservado.
Sin embargo, el Gobierno no mostró remordimiento, ni por este ni por las decenas de heridos entre los ciudadanos. Bullrich defendió públicamente a los agentes, llegando a justificar el disparo que tiene a Grillo entre la vida y la muerte. La mentira institucional se desbordó con la difusión de información falsa, como la acusación de que los manifestantes eran barras bravas armados. Videos y fotografías desmintieron esas versiones, pero el relato oficial seguía se mantuvo idéntico.
A pesar de los golpes, los gases lacrimógenos y los enfrentamientos con la policía, los jubilados no se rinden. “Seguiremos en la calle hasta que se respete nuestro derecho a vivir con dignidad”, gritó uno de los abuelos mientras alzaba su bastón y apuntaba a los policías.
Es imposible no ver en estos hechos una reminiscencia de épocas oscuras de la historia argentina, cuando la represión era la respuesta del Estado ante las demandas sociales. La diferencia es que hoy los que luchan son los más vulnerables, aquellos que ya han dado todo por el país y solo piden un trato justo para poder sobrevivir en la vejez.

La historia parece repetirse, y el país observa, impotente, cómo una vez más la violencia y la injusticia se imponen sobre aquellos que solo reclaman lo que les corresponde por derecho.