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La demografía no suele generar noticias de gran impacto. Sin embargo, en julio de 2024, cuando directivos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) anunciaron que entre 2020 y 2023 la población residente en Cuba había decrecido un 10 % —significa que habitamos en la isla menos de 10 millones de personas— sentimos un verdadero mazazo. Aquella noticia llenó titulares en medios cubanos y extranjeros.
En febrero pasado el tema volvió a las noticias. La ONEI precisó que somos algo más de 9 millones 700 mil personas viviendo “efectivamente” en el país: alrededor de 300 mil menos que en 2023.
La predicción es que la tendencia se acentúe.
Las causas están a la vista: migración galopante, baja tasa de natalidad y mayor número de muertes que de nacimientos.
Una investigación independiente ofreció datos más impactantes: entre 2022 y 2023, la población de la isla cayó un 18 %. Según esa fuente, el saldo real de la crisis migratoria nos habría dejado una población de 8,5 millones.
Pocas sociedades modernas, en tiempos de paz, deben haber experimentado decrecimientos de esa magnitud a ritmo tan acelerado, a la par que crecen comunidades de sus nacionales en otros países.
La tendencia al decrecimiento poblacional está acompañada de un proceso de envejecimiento que se verifica desde hace años. En la estructura por edades de la población cubana, las personas con más de 60 años alcanzan el 25 %. Es decir, al menos 1 de cada 4 cubanos tiene más de 60 años.

El envejecimiento demográfico es un hecho positivo. Significa que mejoras sostenidas y duraderas en la satisfacción de necesidades esenciales y acceso a servicios y prestaciones sociales para las grandes mayorías, en especial salud, alimentación básica, educación y protección social, tienden a elevar la esperanza de vida y fortalecer la capacidad de sobrevivencia de la población.
Pero el contexto nacional se ha hecho cada vez menos amable para la tercera edad. Hemos emergido, después de la vulnerabilidad extrema que la pandemia generó para los ancianos, a la superficie de una crisis en la cual el extremo final de la vida se somete a peligros y limitaciones inminentes.
Indagando en consultas de atención psicológica y en investigaciones sobre tercera edad, afloran cinco factores que marcan en Cuba una buena o mala vejez: nivel de ingresos propios, validez física y mental, lugar de residencia, cuidado familiar o de otras personas e interacción social.
A partir de estas variables, y del momento que la tercera edad transita, se configuran modelos de vejez y de real disfrute —o no— de los derechos que reconoce el Código de las Familias, como el respeto a la autodeterminación, las preferencias y la igualdad de oportunidades en la vida familiar de los adultos mayores. No obstante, aunque estén refrendados por ley, estos modelos no se hacen realidad por decreto.
Una mirada al contexto bajo esta óptica nos devuelve un panorama preocupante:
En diciembre de 2024, las autoridades informaban que solo se disponía del 24 % del cuadro básico de medicamentos. Están por debajo de la demanda los que se distribuyen de forma controlada para el tratamiento de la diabetes y la hipertensión. En 2022 se verificó un déficit de 12 065 médicos en comparación con el año anterior.
Actualmente, la pensión mínima es de 1528 CUP y la media de 2 mil CUP, mientras que el costo de la canasta básica alimentaria, según estimados independientes no reconocidos oficialmente, llega a un promedio mensual per cápita de 12 mil CUP. Alrededor del 40 % de los jubilados están en el rango de las pensiones mínimas. En 2022 se estimó además que el 17,4 % de las personas adultas mayores viven solas.
A propósito, un colega demógrafo me comparte sus estimaciones:
Es presumible que el porcentaje de personas adultas mayores viviendo solas se haya incrementado a 20 %, debido a la emigración preferencial del grupo entre 15 y 19 años y al aumento de personas en la tercera edad. Si a este grupo se le aplica la proporción de adultos mayores de bajos ingresos (40 %), significaría que más de 164 mil personas senescentes estarían afectadas por esa doble condición.

Los circuitos de la tercera edad
En las ciudades y poblados del país es posible identificar una especie de “circuito cotidiano de la longevidad”, por el que transitan asiduamente y se reúnen personas de la tercera edad que ya no trabajan: el banco, la bodega, la panadería, la farmacia, el consultorio médico y el parque.
Las personas de fe, o aquellas impelidas por necesidad, agregan otro espacio: acuden a iglesias y actividades religiosas, en las que encuentran consuelo espiritual, socialización y apoyo para las carencias y las soledades.
En los cinco primeros puntos del circuito, como regla, pasan un tiempo largo haciendo cola, hasta que “les toque su turno” para cobrar la jubilación, comprar algo o atender la salud. En el parque el panorama es más alentador: van a los ejercicios de tai chi u otros gratuitos o pagados —según sea el arreglo— que, con apoyo del INDER, guían monitores entrenados en los barrios.

Escuchando las conversaciones en esta ruta, se devela un relato sobre el modelo ideal, la vida deseada:
Ingresos adecuados permiten comprar lo que se necesita en el mercado formal e informal, incluidos medicamentos, y además pagar cuidados, taxis, servicios diversos. Decidir en qué emplear el dinero, comer lo que se desea. Darse un gusto. Regalar algo a los nietos. Tener lo mínimo para una buena vida: cama, colchón, ventilador, televisor, un sillón y un techo sin goteras. El café y la leche de la mañana no pueden faltar. Si tienes hijos fuera, un celular para comunicarse.
Poder valerse por sí mismos da independencia; se puede planificar cómo pasar el día a día, incluso aunque no se tenga mucha cobertura económica. Es posible continuar trabajando y sentirse útil. También ayudar en la casa, en la cocina, con las compras, con los niños.
Vivir en un lugar céntrico hace posible el desplazamiento, sin mucho esfuerzo y costo, hacia servicios, actividades culturales y sociales, encuentros con amigos, ver gente, conversar.
Tener compañía, permanente o frecuente, mitiga el posible declive físico y mental, apoya en actividades diarias o en algún paseo juntos. Quien acompañe, tiene que hacerlo con cariño y comprensión y sin pretender tomar decisiones por quien está en plenitud de pensamiento. Amigas y amigos son muy importantes. Si los hijos no están, pero se preocupan por enviar dinero, medicinas y comida y llaman, su ausencia se siente menos; les da sensación de protección y amor y se vive con la esperanza de los reencuentros. Se cuida la salud para volver a verlos. Se cuida la mente para no olvidarlos.
Este es el país de los viejos solos. Cada vez somos menos y más viejos.
Somos una especie en extinción, debe ser por el cambio climático.
¿Darán arroz este mes en la bodega? En casa se está acabando.
Ya no me queda enalapril y aun no tengo el nuevo tarjetón para el lisinopril. ¿Hasta cuándo durará este abuso?
Pasa luego por casa a tomar café.
Ya tengo “el paquete”, te puedo copiar La Voz Kids y MasterChef. Asere, recuerda el dominó de esta tarde.
Todo eso se les oye decir.
En el parque, en una videollamada por WhatsApp a la vista pública y a viva voz, una señora agradece que ya le llegó el dinero a la tarjeta de MLC, el paquete de pollo y el café La Llave. Aprovecha e informa que tiene encaminados los trámites para legalizar los títulos y otros documentos que necesita la familia en el extranjero. Una vecina, también adulta mayor, se asoma a la cámara del celular y saluda a la hija de la señora, del otro lado de la llamada.
De la situación del país, y de “lo mala que está la cosa”, hablan todos, con coincidencias, opiniones encontradas y eventuales discusiones un poco acaloradas, según se atribuya la responsabilidad por “la cosa” al bloqueo o al Gobierno.
Otras actividades llenan el tiempo. Ver series de Netflix y novelas turcas, participar en proyectos comunitarios disímiles (más las mujeres), escuchar por radio eventos deportivos, ver por televisión partidos de fútbol y baseball y estar al tanto de la política (más los hombres), conversar con amigos y vecinos.

Una ruta preferida es la cultura. Según observaciones en diferentes ciudades del país, en conciertos de música clásica, peñas musicales, teatros, exposiciones de artes plásticas, presentaciones de libros, conferencias, actividades de los centros históricos, los adultos mayores están sobrerrepresentados.
Pero este circuito noble, de gratuidades y bajos precios, es selectivo y excluyente. Para que la tercera edad lo ocupe, se necesita cercanía espacial o disponibilidad de transporte, información y compañía.

El circuito del submundo dolorosísimo de la rebusca en basureros, la mendicidad y la vida de calle, también se traga a ancianas y ancianos. Sin datos oficiales, en conteos callejeros en Centro Habana, Habana Vieja y El Cerro, encuentro que al menos la mitad de las personas en esa condición son adultos mayores y la mayoría afrodescendientes.
La articulación de desabastecimiento, emigración y envejecimiento ha hecho emerger disímiles circuitos trasnacionalizados como una zona de actividad económica, en el sector privado y en el informal, destinada a la tercera edad.
Empresas o trabajadores autónomos ofrecen servicios de enfermería, atención médica geriátrica personalizada, tareas del hogar, compañía, transferencias monetarias, transporte y paquetería.
Estos servicios están disponibles para todo el que pueda pagarlos, aquí o allá, en cualquier moneda, pero han perfilado y ampliado su oferta para responder a una demanda creciente de los que están “allá” para sus mayores que están “aquí”. El dinero hace la diferencia en la vejez de la Cuba de hoy.
Una red de solidaridades, basadas en amistad y parentesco, cumple funciones parecidas para padres, madres, abuelas y abuelos de los que cambiaron su residencia “efectiva” más allá de la frontera nacional: traen y llevan cosas en viajes de ida y vuelta, hacen gestiones bancarias, consiguen medicinas, llevan a reparar equipos, apoyan para que personas mayores aprendan a lidiar con la computadora y el teléfono.

Urgencias
Los bajos ingresos de una franja grande de las personas de la tercera edad, el aumento de familias en condición de pobreza, la baja capacidad de la economía para remontar la crisis, el debilitamiento de las instituciones y prestaciones sociales y la emigración, pesan con especial rigor sobre esta etapa de la vida y la marcan con altos niveles de incertidumbre e incomodidad.
Obviamente, aquí se mezclan condiciones personales, familiares y socioeconómicas que, en su combinación, hacen muy diversa la vida en la vejez. Es un ámbito en el que la oreja peluda de la desigualdad social y las brechas de equidad asoman a cada paso.

Las carencias y vulnerabilidades asociadas a esta etapa de la vida no son invisibles para la política social. Un set amplio de prestaciones está diseñado para atenderlas, la mayoría coordinadas por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, el Ministerio de Comercio Interior y el Ministerio de Salud Pública.
Este conjunto incluye prestaciones monetarias para personas y familias de bajos ingresos, el servicio social a domicilio para personas solas y con bajo grado de validismo, el pago del consumo eléctrico, la exención de pago de medicamentos, las dietas médicas vitalicias o temporales, el sistema de atención a la familia (SAF), que ofrece alimentos elaborados a bajo precio, hogares de ancianos y casas de abuelos. La Universidad del Adulto Mayor, allí donde está presente y es accesible, ofrece una oportunidad de socializar, aprender y dignificar el cuidado de sí.

Para 2025, además, el presupuesto nacional previó destinar 2,456 millones de pesos a los servicios de cuidados para menores hasta seis años y las personas adultas mayores o en situación de discapacidad, la atención a la fecundidad, la producción de ayudas técnicas como bastones, muletas, andadores, sillas de ruedas.
Son apoyos que alivian a quienes los reciben, pero su oferta por debajo de la demanda real, en cantidad y calidad, y sus montos exiguos, que no se ajustan al costo de la vida, no logran la cobertura necesaria ni rebasar amparos mínimos; muchas veces quedan por debajo de las necesidades esenciales.
Entre 2012 y 2021 la esperanza de vida al nacer cayó de 78,53 a 71,25. En el país sobrepasan el límite de los 70 años más de un millón de personas. Una generación entera de conciudadanos quedará fuera de las supuestas mejoras previstas en el Plan de Desarrollo 2030, incluso si estas son alcanzadas.
La sociedad cubana tiene hoy muchas urgencias y carencias, pero la tercera edad, un cuarto de la población, es sin dudas uno de los focos rojos.