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Ser paciente: crónica de un médico enfermo

En los últimos meses, una enfermedad me ha obligado a cambiar el ritmo de mi vida. En el proceso, mi perspectiva sobre lo que significa estar enfermo se ha transformado.

por
  • Dr. Carlos Alberto González
octubre 12, 2024
en Vida Saludable
2
Foto: Kaloian.

Foto: Kaloian.

Siempre me ha intrigado el modo en que algunas personas asumen la enfermedad. Conozco a más de uno que se niega a aceptar el padecimiento de una u otra patología.

Hay quien abandona sus tratamientos porque el vecino o un guía espiritual le ha dicho que “lo que tiene no es del cuerpo”; otros se resisten tercamente a partir de lo que leen en internet.

Un caso mundialmente famoso es el de Steve Jobs, fundador de Apple y visionario que cambió el mundo de la tecnología. Fue diagnosticado con un cáncer de páncreas, una enfermedad que casi en el 100 % de los casos es mortal. Sin embargo, tuvo la buena suerte de que el tipo de cáncer que padecía fuera operable. Pero el fundador de Apple optó por “tratamientos alternativos” en lugar de seguir los consejos de sus médicos, y terminó muriendo.

Los profesionales de salud, por otra parte, tampoco estamos exentos de ser malos pacientes. Hay quien dice que somos los peores, y que por eso siempre nos complicamos. Creo que eso es un tanto exagerado; la enfermedad nos afecta como a cualquier persona. 

Estos últimos meses, además de ser médico, me ha tocado ser paciente. Afortunadamente, no se trata de una patología grave, pero sí capaz de trastocar mi vida y hacerme cambiar mi perspectiva sobre las implicaciones que tiene estar enfermo, más allá de lo que obviamente esto representa para nuestro cuerpo. 

A fuerza de cometer los mismos errores que todo el mundo, he aprendido a ser paciente. 

¿Cómo me enfermé?

Desde hace años padezco de glaucoma, un conjunto de enfermedades que pueden dañar el nervio óptico y provocar ceguera. La enfermedad, en mi caso, ha sido benigna, y el tratamiento sencillo. Pero como efecto secundario he quedado vulnerable a padecer cuadros de queratitis.

Esta patología se caracteriza por producir inflamación de la córnea, una estructura transparente que recubre la pupila y el iris y permite la entrada de la luz en la cámara ocular. En mi caso, padezco además de lo que se conoce como síndrome de ojo seco, es decir, mis glándulas lagrimales no producen la cantidad necesaria para mantener lubricada la superficie del ojo. 

Para prevenir la queratitis existen una serie de medidas higiénicas como: evitar el viento, el humo y el aire acondicionado. Limitar el tiempo frente a pantallas a 40 minutos, alternando con descansos de 5 minutos. También se recomienda tomar abundante líquido y dormir lo suficiente.

A mediados de mayo comencé a padecer los síntomas de un nuevo cuadro de queratitis. Mirando en retrospectiva creo que el estrés; los largos apagones, que intentaba burlar con la vista fijada en la pantalla del celular, y la falta de lágrimas artificiales, que cíclicamente desaparecen del mercado, me hicieron recaer. 

Subestimar la enfermedad

Mi primer error como paciente fue pensar que, como los síntomas eran leves, podría vencer fácilmente esta crisis. Además, en un golpe de suerte las lágrimas artificiales reaparecieron en los estantes de las farmacias, lo que contribuyó a fortalecer mi confianza en una fácil y rápida recuperación.

Estaba decidido a no detener mi vida; una simple crisis de queratitis no podría vencerme, ni frenarme. Mucho menos cuando tenía tanto que hacer. De modo que seguí adelante con mi ritmo de vida habitual, haciendo ligero reposo visual y utilizando frecuentemente el medicamento recetado por mi médico.

Semana tras semana acudí a consulta. Mi doctora, con una profesionalidad a prueba de balas, me decía que no había mejorado nada y me recomendaba lo mismo: reposo visual.

Claro, esto es más fácil decirlo que hacerlo. Ni yo mismo tenía idea de hasta qué punto mi vida giraba en torno a las pantallas. En el hospital me mantenía pendiente a los equipos de monitorización para seguir las variables vitales de mis pacientes. En la casa, del televisor saltaba al teléfono, luego a la computadora y de vuelta al televisor. No se trataba solo de entretenimiento, estos dispositivos son imprescindibles para estudiar, investigar, escribir mis artículos y mantenerme actualizado.

Además, trabajo en una sala de terapia intensiva, donde por motivos higiénicos la temperatura debe estar controlada por un sistema de climatización. Al llegar a la casa, en medio del calor sofocante, pasaba tanto tiempo como podía cerca del aire acondicionado o, en su defecto, del ventilador, muy en contra de los consejos de mi médico.

Así fue hasta que la realidad se impuso. A finales de julio comprendí que si no tomaba en serio mi enfermedad tendría que adaptarme a vivir con constantes molestias visuales.

Comprometido con mejorar 

Luego de dos meses en crisis y sin ninguna evidencia de mejoría, tomé decisiones drásticas. Cero televisión y computadora. Reduje al mínimo el uso del celular y, quizá lo más difícil en el verano: no utilicé el aire acondicionado. 

Además, acepté salir con certificado médico, pospuse la escritura de algunos artículos que tenía comprometidos, abandoné momentáneamente otros proyectos en los que estaba trabajando y me abstuve completamente de ver las olimpiadas, incluido los combates de Mijaín López.

Noté que los síntomas comenzaban a desaparecer, entonces cometí otro error: dictar el ritmo de mi curación. Cada semana me decía: el próximo lunes estaré bien.  

Aunque mejoraba, los síntomas no desaparecían, y eso me frustraba. Finalmente comprendí que no se le puede dar órdenes al cuerpo, y que el proceso de la curación lleva tiempo. Además, como la crisis se había extendido tanto, el proceso de curación sería más complejo.

El lado positivo de la enfermedad

Una vez que decidí hacer lo necesario para curarme, también comprendí que necesitaba realizar cambios en mi estilo de vida. En estos meses me he desintoxicado de mi adicción a las redes sociales. La pantalla del televisor en casa permanece apagada y en realidad no lo he echado de menos. 

Como una de mis mayores aficiones es leer, busqué la manera de hacerlo, y descubrí que existen aplicaciones que permiten convertir texto en audio. El resultado ha sido que en estos últimos dos meses he “leído” decenas de libros, incluidos algunos autores a los que había relegado por mi supuesta falta de tiempo. 

Por otro lado, entendí que podía escuchar música y noticias. Un día me atreví a escucharlas en inglés. Fue una manera de entrenar el oído y aprender más de una cultura distinta a la mía. 

Quedaba el tema del trabajo: ¿cómo escribir artículos sin fijar la vista? De nuevo la tecnología vino en mi ayuda. Una aplicación que convierte la voz en texto me ha permitido dictar las primeras versiones de mis recientes artículos en Vida Saludable. 

Podría extenderme más sobre las bondades que me ha traído la enfermedad, como la solidaridad de familiares, amigos y compañeros de trabajo que me han ayudado de mil maneras. Sin embargo, nada ha sido tan importante como el efecto que esta nueva fase ha tenido en mi vida familiar. 

Desconectado como estoy de las pantallas, he tenido más tiempo para conversar con mi hija adolescente, lo cual ha sido maravilloso. Mi esposa, por su parte, me ayuda a revisar mis textos; ahora entiende mejor mi trabajo y mi mundo. Todo esto ha generado nuevas dinámicas y ha incidido de manera saludable en nuestra vida familiar.

Las complejas dimensiones de la enfermedad

Todavía no estoy recuperado. Por supuesto, no voy a cometer nuevamente el error de plantearme metas para curarme, pero tampoco dudo que más temprano que tarde mi salud estará restablecida.

Este episodio, aunque incómodo, me deja un conocimiento vital extremadamente importante. Ahora comprendo mejor a mis pacientes, así como los retos que enfrentan al enfermarse. Y es que una patología no solo afecta nuestro cuerpo, sino también la psiquis y la vida social, todo a la vez. Esto es algo que un médico nunca debería olvidar.

Por otro lado, pretendo continuar utilizando muchas de las herramientas y habilidades que he adquirido en estos meses y defender que se mantengan las dinámicas que se han creado en mi familia. 

Termino esta crónica con un resumen de lo que he aprendido: 

  1. Identifica los factores que pueden precipitar una crisis. En mi caso fueron el estrés, no seguir las medidas higiénicas recomendadas y la falta de medicamentos. Estar atento a ellas te ayudará a evitar recaídas.
  2. No subestimes y mucho menos niegues la enfermedad. No somos súper humanos, todos estamos expuestos a enfermarnos, incluidos los médicos.
  3. Desde el primer día sigue estrictamente los consejos de tu médico, el conocimiento que tiene sobre tu enfermedad supera por mucho los tuyos. Eso te ahorrará tiempo y sufrimiento.
  4. Buscar información sobre tu enfermedad es importante, pero evita fuentes que no sean confiables, no sigas los consejos de personas que no están entrenadas, ni creas en todo lo que se dice internet; hay muchísima información chatarra.
  5. La salud es lo más importante, el trabajo y los proyectos personales tendrán que esperar. Comprométete desde el primer momento con tu propia curación. Si no lo haces, de ninguna manera podrás alcanzar tus metas.
  6. Evita cualquier pretensión de control; no podemos dirigir el cuerpo humano. Huye también de las metas temporales, que solo sirven para frustrarnos y retrasar el proceso.
  7. La enfermedad, como cualquier evento adverso, también puede ser una oportunidad para mejorar como seres humanos, en nuestras relaciones familiares, y para comprender aquello que, sin que lo supiéramos, estaba afectando nuestra propia salud. Aprovéchala.
  8. Desarrolla una relación de alianza con tu médico, sigue sus consejos, exprésale tus dudas, criterios, ideas. Sé sincero con él/ella, aún cuando eso implique quedar un poco mal. Nunca le mientas, no tiene ningún sentido hacerlo.
  9. De ser necesario, busca ayuda con un profesional de la psicología. Muchas enfermedades pueden conducir a la depresión e, incluso, a situaciones más peligrosas. Es importante estar atentos.
  10. Permite la cercanía de familiares y amigos. El afecto, la amistad y el amor también tienen poderes curativos. Evita aislarte.

La enfermedad nos iguala a todos. Entender este complejo fenómeno en sus múltiples dimensiones no solo aportará al proceso de curación, sino que lo hará más llevadero, e incluso puede convertirlo en algo enriquecedor.

 


El autor agradece a la Dra. Irina Gallardo Morales, así como al colectivo del Centro Oftalmológico de Holguín y a todos los amigos y colegas que se han preocupado por su enfermedad durante estos meses.

Etiquetas: PortadaSalud
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Dr. Carlos Alberto González

Dr. Carlos Alberto González

Médico, especialista en MGI y Medicina Intensiva y Emergencia. Poeta y narrador. Ha colaborado con distintos medios de prensa.

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Comentarios 2

  1. Carlos Camilo says:
    Hace 9 meses

    Excelente trabajo Doctor! Que recupere pronto su salud!

    Responder
    • Dr. Carlos Alberto González says:
      Hace 9 meses

      Muchas gracias. Estamos trabajando para eso.

      Responder

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