El peligro de una película icónica como Taxi Driver, protagonizada por Robert De Niro y dirigida por Martin Scorsese, es que raya la frontera de generalizar lo que es la vida de un taxista. Hoy día, con Uber y otras plataformas de transporte, cualquiera puede ser taxista y la verdad es que no son muchos los filtros para detectar la sanidad mental del chofer. Son mínimos, no pasan de confirmar sus antecedentes penales, si ha tenido accidentes o hay suficientes banderas rojas en su pedigrí.
El problema no es si el chofer establece una relación personal con un cliente. Es imposible de evitar, como tampoco es fácil evitar un asedio. A mí dos mujeres me han pedido el teléfono y eso que no soy nadie especial.
En Taxi Driver, el personaje de De Niro padece de insomnio y para pasar el tiempo se mete a taxista nocturno. Como el día es diferente a la noche, el personaje termina separándose de la realidad y termina creyendo que es una especie de justiciero del asfalto. La locura llega al punto de jugar con la idea de matar un político o salvar a una joven prostituta.
El otro día, un chofer en California mató a una clienta, dijo que para salvarla de la prostitución. Las autoridades lo mandaron al psiquiatra de inmediato y el diagnóstico fue claro: esquizofrenia.
No hay un filtro en las plataformas de taxi que detecte algo así. Pero debería haber. Porque lo más importante es que cliente se sienta seguro y el chofer es en gran parte responsable por ello.
Hace más de un año cuando estaba comenzando en Uber, una parejita de novios me pidieron que los dejara en un descampado al norte de Miami Beach donde no había un solo poste de luz eléctrica. Me dio pena, a lo mejor distraje un amor eterno, pero terminé dejándolos en un espacio abierto cerca de allí, en medio de un centro comercial con muchas luces, viandantes y policías. No los iba abandonar en medio del campo.
Manejar en Miami tiene estas cosas. Los clientes se aparecen con pedidos de lo más extraños durante las carreras. Un colega me contó que en un viaje a Orlando, en el centro de Florida, un hombre quiso tener sexo con él. Se quedó varado en medio de la autopista. Otra vez, dos mujeres querían hacer una fiesta de cumpleaños dentro del auto. Con alcohol y todo. Por ley, en Florida no puede haber ninguna lata o botella de alcohol abierta dentro de un carro.
A mí lo más extraño o poco usual que por el momento me ha pasado fue un cuando me tocó un cliente que se había peleado con la mujer y esta lo botó de la casa. El hombre estaba verdaderamente triste y yo nunca he estudiado psicología. Pero terminamos conversando y yo intenté calmarlo. En esos momentos de nada vale lo de “a llorar al parque” o “no se preocupe que ella no lo merece”. Porque un hombre triste y alterado, perturbado, es imprevisible. Además uno no se mete en la vida ajena, sobre todo sin tener toda la información.
Pero este caso tenía una particularidad. El hombre no sabía a dónde ir. No tenía un amigo a quien acudir y estaba totalmente perdido. No me quedó otra que dejarlo en una estación de policía. Allí lo atendieron bien. Lo supe meses después cuando lo encontré en la calle. Me reconoció, me dijo que se había casado de nuevo y me presentó su acompañante. Era la mujer policía que lo atendió esa noche en la estación. Lo comprendió y lo acogió. No todos los policías en Miami disparan primero y preguntan después.
Ni todos los chóferes de taxi son como el personaje de De Niro. También podemos ser celestinos.