Hoy lamento no conservar una foto con Adalberto Álvarez. Una imagen que atestigüe que lo conocí. No es producto de ningún exabrupto superficial o de los llamados de la vanidad. Simplemente he pensado en las tantas veces que lo tuve cerca, lo entrevisté y nunca le pedí tomarme una foto junto a él, como sí hicieron otros colegas. Nunca me detuve a pensar por qué no lo hice, por qué no dejé memoria de cualquiera de esos instantes. Hoy, cuando me levanto con la noticia de su muerte caigo en cuenta de que tal vez de tanto tenerlo cerca —él tan accesible para casi todos— pensaría que tendría el tiempo, todo el tiempo para hacerlo, y de paso declararle mi admiración.
Es cierto que desde adolescente mis intereses musicales estaban anclados a músicas foráneas, que durante mi etapa de “metalero” llegué incluso a tomar distancia de la música popular cubana, a asegurar que esos ritmos no corrían por mis venas. Todo eso mientras ponía esa distintiva pose de rockero furibundo. Pero, ya se sabe, los años ponen todo en su lugar y nos regresan siempre al sitio donde crecimos, donde están ancladas nuestras raíces y nuestros muertos y donde, sin saberlo, nos impregnamos de una identidad cultural que nos sobrevivirá cuando seamos una montaña de polvo.
Adalberto, ese sonero mayor, acaba de morir en La Habana a los 72 años. Con él también morimos un poco más los cubanos. Realmente pensé mucho antes de poner esa frase, pero si lo colocamos en perspectiva no encuentro otro significado a la partida de alguien que fue como otro miembro de esa familia de los afectos que tenemos nosotros, los cubanos de cualquier generación, los cubanos que vivimos por decisión propia o por extravío en la Isla, o los cubanos que se establecieron en cualquier parte de ese mundo, que vemos cómo nos fragmentamos por la pérdida de familiares o artistas que han construido nuestra vida y nuestro imaginario más vital.
¿Quién era Adalberto sino esa figura que estaba ahí siempre para los cubanos, que sabía muy bien cómo se movía el espíritu de este país aunque a veces entrara en ese trance de la creación y se alejara del mundo para después regresar y decir en canciones todo lo que debía ser dicho en ese lenguaje muy particular del son y la música popular?
Cada vez que conversamos me saludaba con esa camaradería campechana de cualquier cubano. Él no se creyó el significado de los aportes que entregó a la historia de la música cubana, o sea, a los cubanos. Su obra la construyó sin aspavientos, con esa tranquilidad muy característica que fue otro de los sellos de su carrera. Pero Adalberto en su primer círculo creativo y familiar era prácticamente un volcán.
Una vez le pregunté sobre la creación de ¿Y que tú quieres que te den?. Estábamos en una conferencia de prensa en la presentación de uno de sus discos. Él no tenía mucho tiempo para extenderse más allá del guion establecido. Debía marchar para otro de esos compromisos que le hacían cada vez los días más cortos. Me dio su número y y lo grabé en un móvil que perdí en una guagua tumultuosa. Le pregunté a la musicógrafa Rosa Marquetti cómo localizarlo y ella enseguida me devolvió su teléfono. Lo llamé para coordinar la entrevista diciéndole que quería conversar con él al menos dos horas para tratar de crear un perfil que cubriera su vida desde que dio su primer paso en la música. Me hizo par de bromas y me dijo que le diera unos días que estaba en pleno proceso de grabación, que la haríamos luego.
Postergué durante meses la conversación y sobrevino la pandemia, los inauditos niveles de contagios y llegó, también, su muerte. Rosa, nuestra valiosa investigadora, publicó la noticia en la mañana. Pensé de pronto en todos esos momentos en los que conversé con él, en que publiqué tres o cuatro notas sobre temas muy puntuales de su obra y me reproché que nunca, por esa seguridad que tuve en que siempre estaría ahí, lo llamé para tratar de que me contara su vida, que también pertenece a todos los cubanos.
No recuerdo bien qué edad tenía cuando escuché por primera vez su himno. ¿Y que tú quieres que te den?. La canción fue, digamos, un terremoto en la música cubana, el cual tampoco estuvo exento de miradas sospechosas o polémicas. Muchos artistas populares han sostenido su obra sobre la fe religiosa. Han dedicado a los santos, a nuestros santos, varias de sus más conocidas canciones, que con el tiempo se han convertido en uno de los sellos y ganancias culturales de la cultura de la Isla. Adalberto abrió nuevos caminos para la religiosidad en la cultura nacional al imbricarla a mayor escala en la contemporaneidad de la música cubana. Grabó una canción que de forma muy explícita y rompedora habló sin tapujos de lo que somos y también de nuestras manquedades, estereotipos y poses ante la sociedad. Unió a todos los cubanos con un tema que fue uno de los retratos de la sociedad de la Isla. ¿Y que tú quieres que te den? pasó de ser un himno de Adalberto a convertirse en un emblema de la música cubana y lo más importante, un emblema de pueblo. En el tema tiene tanto peso el motor de la música como esa notable sabiduría impregnada en el texto. Ahí está Cuba, o una buena parte de Cuba para no ser absolutos. Ese dibujo al lienzo de lo que somos lo creó Adalberto con esa sapiencia con que escribió su repertorio y le dio cuerpo a otros temas que surgieron de su convivencia con el pueblo, con los estratos más populares, con la gente que lo reconocía en la calle y le pedía fotos y un abrazo. Casi nunca se negó. Solo lo hizo cuando el reloj le dictaba pautas que no podía dejar de cumplir. Pero siempre le devolvió al pueblo el respeto y la admiración que le profesaban. Lo demostró una vez más cuando condenó de forma contundente los hechos de violencia durante las protestas el pasado 11 de julio en varias provincias de Cuba . “Me duelen los golpes y las imágenes que veo de la violencia contra un pueblo que sale a la calle a expresar lo que siente pacíficamente. Más allá del pensamiento político está el derecho humano”, dijo el sonero y muchos cubanos le agradecieron sobre todo el humanismo de sus palabras.
Es bien conocido su trabajo con orquestas fundamentales en la historia de la música cubana: Son 14 y Adalberto Álvarez y su Son. Los aportes que entregó con ambas fueron considerables. Contribuyeron de forma decisiva a la renovación de la música popular cubana y de la escena bailable. En el escenario Adalberto estaba pendiente, sin que muchos lo notaran, de dos tremendas orquestas populares. La que dirigía y esa otra que formaban los bailadores al ritmo de la música que calentaba la noche. Detrás del escenario, en cualquier esquina, se podía notar su observancia del público. Tenía un increíble don para dirigirse directamente a los cuerpos para que se movieran al compás del ritmo que había heredado y revolucionado. Y cuando veía que a los pies del escenario su música no llegaba a fondo era capaz de enderezar la orquesta (la que dirigía) y poner el pie en el acelerador para que el público volviera literalmente a entrar en cintura.
No es fácil ser un líder en la música popular cubana. Como en todas las músicas llenas de grandes nombres hay personalidades muy diversas entre sí. Pero Adalberto era también de alguna forma un ámbito de convergencia, una figura que sabía encontrar los rasgos en común entre todos para lograr su objetivo, que no era otro que llevar la música popular cubana lo más lejos posible, sin discriminar todo lo que pudiera aportar y sin dejar de estar cerca de ese pueblo que como dijo recientemente: “se le debe respeto porque fue el que lo hizo grande”.
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“El Tosco” es uno de esos músicos que hoy sienten que se les fue un amigo, que consideran que este golpe para la música cubana es imperecedero. Me lo dice temprano en la mañana cuando me devuelve una llamada telefónica. “Nosotros venimos de la era de Cubanacán [Escuelas de Arte], estudiamos juntos. Él llevó la música cubana a los alumnos que estudiamos la música clásica, algo que estaba prohibido, aunque algunos digan que no. Nos mostró la enorme valía del son entre otras de nuestras músicas. Recientemente fundó La alianza, donde nos reunimos varias de las grandes orquestas cubanas, para seguir defendiendo nuestras raíces”.
“El Tosco” me recuerda que Adalberto es el sonero cubano más versionado internacionalmente. Me lo dice cuando repasa los grandes méritos de su colega en una mañana que se le ha hecho aciaga. Le pregunto sobre la relevancia de ¿Y que tú quieres que te den?. El líder de NG la Banda me responde rotundamente: “Es un clásico de nuestra época y de la historia de la música cubana. Lo fue, lo es y lo será para la eternidad”
“El Tosco” reflexiona sobre su propio trabajo para luego ofrecer una mirada de Adalberto como director de orquesta y amigo. “No es fácil el trabajo de director de orquesta. Pero él siempre salió con la frente en alto. Fue hombre, amigo, padre. Tenía todos los atributos admirables que puede tener un hombre y un músico. Su ética y su forma de ser, entre otras cosas. Teníamos pendiente grabar varios temas para La alianza, pero ahora lo haremos en su memoria con mucha más fuerza y dedicación.
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No creo que Adalberto desde ese olimpo que comparte con otros grandes de nuestra música esté conforme con que se diga que hoy Cuba llora. El dolor, se sabe, está y estará por siempre en su familia, y en esa otra familia que tuvo entre los cubanos, que al menos podemos unirnos en la memoria en esos cantos y en esas ruedas de casino que movieron las noches de las escuelas al campo y los preuniversitarios durante la llamada “recreación”. Cuba, en este momento sobre todo le agradece por haber hecho de su destino la creación, la defensa del son, de la llamada salsa y otros géneros que estuvieron en su repertorio y en esos conciertos históricos a lo largo del país.
Nunca he sabido dar ni un paso al ritmo de cualquier género popular. Soy lo que se dice un “patón”. No podía ocultar mi envidia cuando mis compañeros de aula ligaban frente a mí con muchachas con las que yo soñaba en silencio. Lo hacían al ritmo de la música popular cubana, de Adalberto y otros grandes artistas de la Isla. Hoy ellos están casados con algunas de esas muchachas que conocieron bailando los temas del “Caballero del Son”, mientras yo, por el ineficaz ritmo de mis pies, tuve que escudarme en que era “freky” para ocultar mi eterna ineficiencia en las pistas. Nadie sabe cuánto habría agradecido poder bailar esas canciones que recorren nuestra sangre, aunque no lo sepamos, para que mis noches en aquellas escuelas al campo no terminaran hablando de cualquier cosa o con la walkman en los oídos, mientras de soslayo veía los besos furtivos logrados gracias a Adalberto.
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Cuando escucho y ¿Y que tú quieres que te den?, me remito directamente a Rojitas. Su voz marcó tendencia en la orquesta y definió también durante una época su sello. El cantante, otra de esas figuras imborrables en la muisca cubana, se mantuvo atento desde el primer momento a la evolución de la enfermad de Adalberto y su fallecimiento lo ha golpeado hondo. Me lo dice hoy mientras repasa su trayectoria junto a su colega y maestro.
“Mi entrada a la orquesta de Adalberto Álvarez y su Son marcó el inicio de la popularidad, el ser conocido nacional e internacionalmente. Aunque ya yo venía haciendo carrera en la trova con Evocación, en el pop Rock con Oasis, nada se comparó al momento en que salieron los temas La novia de un amigo mío, ¿Y que tú quieres que te den?, Dale como es, ¿Qué te pasa mami?, Vivir lo nuestro, entre otros que se convirtieron en hits, éxitos totales que macaron una época y una generación. ¡Qué honor para mí haber sido la voz de tales éxitos!”
Rojita recuerda que Adalberto le colocó delante uno de los más grandes retos de su carrera al presentarle ¿Y que tú quieres que te den?. Su voz hoy está completamente ligada a ese himno, “controversial a impresionante”.
“Cuando me dio el tema, sabíamos que teníamos en las manos algo diferente, incluía un rap, algo novedoso. Además de tener un tema controversial para la época. Recuerdo llegar a mi casa y meterme en mi cuarto a estudiarlo con detenimiento, construir las improvisaciones que han quedado para siempre como parte de la canción y luego grabarlo en unas horas en el estudio de la Egrem de San Miguel en la Habana Vieja y a la semana ya estaba en todas las listas de éxitos de la radio Cubana. Impresionante”
Con los años tras salir de la orquesta Rojitas mantuvo vínculos con Adalberto a quien no ha dejado de considerar el “maestro”.
“Mis relaciones con el maestro siempre fueron buenas. Él fue a ver mi orquesta el día de su debut en el Palacio de la Salsa, luego yo lo entrevisté en dos ocasiones cuando fui conductor de los programas Tiempos y Montado en el aire. Compartimos varias veces en eventos. Estuve invitado por él en el homenaje que se le hiciera en el 2019. Y actualmente estábamos en comunicación para el nuevo disco en producción del maestro (La segunda vuelta) en donde canté un tema como invitado y teníamos previsto otros.
Adalberto no tuvo tiempo para ver estrenado La segunda Vuelta, que reúne a otros grandes exponentes de la música cubana y latina. Era otro de sus proyectos más esperados y me dijo que tenía depositadas grandes expectativas en el álbum, en el que compartía además con su amigo Gilberto santa Rosa. No recuerdo la última vez que vi al maestro. Fue en algún momento antes de esta pandemia a la que resistió con todas sus reservas hasta que perdió la lucha cuando ya todos pensábamos que saldría airoso como lo hizo en otros tantos lances de la vida.
No dejo de lamentar esa foto que no tengo junto a Adalberto, tampoco conservo una junto a Formell. No hay otra razón que lo explique. Muchos cubanos hemos pensado que esos músicos estarían ahí para siempre porque crecimos con ellos, porque son parte de nuestra identidad desperdigada, porque creíamos que estarían ahí para toda la vida, que eran eternos, y bien visto lo son, porque ellos y su música nos sobrevivirán para siempre.
Muy bonito tu comentario, a mi tambien me faltó una foto con él que tenía pensado hacerla cuando todo esto pase ,hemos perdido a otro grande de nuestra musica, EPD maestro gracias por su legado