En las últimas semanas varios sismos sacudieron la zona sur del oriente de Cuba. Cuando se conocieron los primeros, sentí un estremecedor déjà vu. Reviví en un instante una experiencia fotográfica: en 2006 recorrí la misma región cámara en mano. Estuve en Niquero, Pilón y Cabo Cruz, justamente los municipios donde más se sintieron los temblores recientes.
Apenas un año antes, en 2005, el huracán Dennis había dejado allí la huella de su paso destructivo. Ahora, casi dos décadas después, estos pueblos vuelven a estar en el centro de la atención, esta vez por el violento movimiento de la tierra que dejó un rastro de daños materiales y humanos.
Al revisar las imágenes de aquel viaje, encontré una constante en la historia de nuestra Isla: la vulnerabilidad de las comunidades rurales frente a los desastres naturales. Hoy, esos pobladores reviven otro episodio trágico, marcado por la fuerza de la naturaleza y, a la vez, por su propia capacidad de resistencia y recuperación.
Los informes del Centro Nacional de Investigaciones Sismológicas (Cenais) indicaron que los dos sismos recientes alcanzaron magnitudes de 6.0 y 6.7 en la escala de Richter. Dejaron siete personas heridas, más de 2 mil inmuebles dañados y una veintena de viviendas colapsadas. Es un escenario que los cubanos han enfrentado de forma repetida: huracanes, lluvias intensas… y ahora sismos de magnitud considerable. La sucesión de eventos adversos recuerda la fragilidad de la isla, y también la tenacidad de su gente.
La frecuencia y fuerza de huracanes y sismos actuales están estrechamente relacionadas con el cambio climático, circunstancia que hace que los eventos meteorológicos sean cada vez más extremos. El calentamiento global incrementa la temperatura de los océanos, lo que favorece la formación de tormentas y huracanes intensos. A su vez, el deshielo de los glaciares y el aumento del nivel del mar generan cambios en la presión sobre las placas tectónicas, lo cual podría influir en la actividad sísmica en ciertas zonas.
Las regiones rurales de Cuba, como las del sur de la provincia de Granma, donde el sismo se sintió con mayor fuerza, carecen de recursos para enfrentar crisis de esta magnitud. El acceso a servicios de emergencia es limitado y las infraestructuras, frecuentemente precarias, no están diseñadas para soportar eventos de esta intensidad. En estas comunidades, cada temblor, cada huracán supone una prueba cada vez más exigente.
La noticia de los sismos resalta la necesidad persistente de implementar políticas de apoyo y reconstrucción sostenibles. Aunque después de cada desastre surgen protocolos de reconstrucción y mejora en la infraestructura, los recursos suelen ser limitados. Las familias, así, regresan a una situación de vulnerabilidad, enfrentando con los mismos medios la amenaza de nuevos eventos.
En este contexto la naturaleza desafía constantemente. La tierra y el mar, implacables, parecen unirse para poner a prueba una vez más la capacidad de los habitantes de esas zonas para resistir y seguir adelante.
Al repasar las fotos de 2006, me pregunto si algunas de esas mismas casas y rostros siguen allí. Tal vez, alguno de los jóvenes que conocí entonces es ahora el adulto que, bajo el mismo cielo inclemente, enfrenta otro embate. La historia se repite, y el tiempo parece girar en círculos en esta isla del Caribe.