En una ciudad ocre, como desaturada en Photoshop, donde todos los edificios se recubren de piedra caliza para armonizar con las edificaciones milenarias de la Ciudad Vieja, el mercado de Mehane Yehuda, en pleno centro de Jerusalén, es una explosión de color que me gusta visitar cada vez que puedo, más para mirar y hacer fotos que para comprar, que los precios aquí aún me ponen al borde del infarto.
Ubicado en la céntrica calle Jaffa, en la zona oeste de la ciudad, la zona hebrea, el mercado de Mehane Yehuda surge durante el dominio otomano, a fines del siglo XIX, cuando un grupo de comerciantes árabes se instala en la zona para vender sus mercancías. Hoy, muchos años después, el área comercial se ha ampliado considerablemente y abarca dos calles, entrelazadas por laberínticas callejuelas en las que coexisten actualmente unos 250 puestos que venden de todo, o casi.
El Mehane Yehuda es posiblemente el lugar donde más se mezclan los habitantes de Jerusalén. Aquí venden y compran judíos, judíos ultraortodoxos, palestinos, árabes de distintas nacionalidades, armenios, etíopes cristianos o judíos, filipinos, turistas de todo el mundo y hasta un cubano que va, cámara al hombro, a comprar el pan nuestro de cada día. Toda una torre de Babel en la que todos se entienden en el idioma que sea, incluido el de señas o los recientes y sofisticados diálogos a través de móviles, cosa que he experimentado en carne propia y que es horrible, pero funciona.
He estado en mercados en diversos lugares del mundo y lo que más me llama la atención siempre es lo coloridos que suelen ser. Pero esos colores cambian según la región y los productos que más se venden. En el caso del Mehuda el color viene de las especias, los frutos secos y las aceitunas, que son de mil tipos, formas y colores. También hay puestos con incontables variedades de café de distintos países y otros muchos con el excelente aceite de oliva local y los dulces típicos de la cocina árabe y hebrea.
Y están también los “timbiriches” que venden accesorios religiosos, que en nada se parecen a las tiendas que hay en La Habana, en la zona de Cuatro Caminos. En estos podemos encontrar talits (especie de chal con flecos que usan los hombres religiosos), filacterios y por supuesto kipás, desde las más sobrias hasta algunas con diseños coloridos para los niños, o con la estrella de David.
Cada vez que visito el Mehane me deleito con la fiesta de colores y olores. Pero sobre todo con la gente. Con los gritos de los vendedores que, salvando las distancias del idioma, me recuerdan a los agros de La Habana. Intento retratarlos a todos, a los ultraortodoxos vestidos con todo el rigor que impone su religión, a jóvenes vestidos a la última moda, a veces escandalosa a ojos de los más religiosos, a los árabes, fundamentalmente mujeres, con sus atuendos típicos, a los militares que patrullan el mercado y a los civiles armados con fusiles automáticos, algo muy común aquí, a lo que aún no me acostumbro.
El mercado no solo tiene vida de día. Al caer la tarde se transforma, comienzan a cerrar los puestos de verduras, panes, especias o carnes y abren los bares y pequeños restaurantes, arrancan los “happy hours”, la música se impone y el Mehane Yehuda adquiere un delicioso toque bohemio con lugares donde degustar cervezas artesanales, los típicos hummus o falafel (en eterna disputa entre la cocina árabe o hebrea) o comida kosher, la que comen los judíos de pura sangre.
excelentes imagenes ojala asi fueran nuestros mercados llenos de cosas